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el laberinto del fauno

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El Laberinto del Fauno

Director: Guillermo Del Toro.

Guión: Guillermo Del Toro.

Intérpretes: Ivana Baquero, Sergi López, Maribel Verdú, Alex Angulo, Doug Jones.

Música: Javier Navarrete.

Fotografía: Guillermo Navarro.

Mejico-España. 2006. 116 minutos.

 


 

 

 El cine español (de Guillermo Del Toro)

 

No es este el momento ni el lugar para hablar de la crisis de vocación perenne que atenaza al cine español, al menos en su definición industrial. Baste decir a propósito de la película reseñada que resulta sintomático que un realizador mejicano como es Guillermo Del Toro venga a nuestro país a rodar una historia (escrita por él mismo) y nos entregue una película de la calidad e interés cinematográfico (para nada reñido con la comercialidad) de esta El Laberinto del Fauno. Digo yo que el éxito de público y crítica (¡y la consecución de varios Oscar de Hollywood!) debería servir para reflexionar a diversos niveles. A propósito del esmero escénico, las calidades artesanales de la película; también de la notable imaginación esgrimida por su autor; pero, también –o quizá, sobretodo-, la  asunción de riesgos para dar libertad a ese cauce creativo, a la búsqueda de autores solventes que sean capaces de contarnos una historia diferente (y de una forma diferente), que refresque las manidas temáticas (y manidos tratamientos) que se dan cita en nuestro panorama cinematográfico.

 

 

Urgencia por la fantasía

 

En el filme se contraponen en la picota argumental dos historias de índole diría que casi antagónica: el retrato realista, de afiliación genérica al drama bélico –de los conflictos del ejército fascista con los maquis primeros años de la postguerra civil española- con el relato fantástico de corte clásico. El modo de enlazar ambos terrenos cinematográficos no está exento, a priori, de dificultad, y la opción escogida por Del Toro, aún más: el personaje de una niña (Ofelia, interpretada por Ivana Baquero) aferrada a su imaginación, en cuyo interior se adentra el filme para, precisamente, confundir los términos de esa cruda realidad en no pocos sentidos. El personaje de Ofelia es la mejor representación del autor, del guionista y realizador Guillermo Del Toro, que juega constante el intensísimo metraje de la historia a establecer dos pasajes temáticos de adscripción opuesta pero igual de verosímiles, con su propio planteamiento, nudo y desenlace. Y el mayor placer que El Laberinto del Fauno depara al espectador radica precisamente en la summa de ambos lados del insólito espejo narrativo, aunque más concretamente en el enriquecimiento de la realidad mediante la fantasía (el ejemplo más evidente de lo que comento se puede encontrar en la propia culminación de la película, el clímax en el que Ofelia alcanza la máxima representación de esa urgencia por la fantasía sobre la que en definitiva trata la película, así que cruza el punto sin retorno de la realidad a ese mundo ensoñación, obligando al espectador a hacer lo propio, a escoger del mismo modo que la niña).

 

 

Portentoso storyteller

 

Todas estas consideraciones, sin embargo, no tendrían razón de ser si el bueno de Del Toro no hubiera poseído la inmensa destreza de narrador que demuestra desde el primer al último fotograma de la película, una destreza que alienta el insobornable ritmo de la película. A la magnífica estructura del guión se le une el encomiable afán del director de Cronos por estilizar al máximo la puesta en escena, por apurar las posibilidades del montaje, del sonido, de la música… Y todo ello sin olvidar que el fuerte de este magno storyteller suele hallarse en el despacho visual de la más elaborada dirección artística, apartado en el que no defrauda: el director despliega la prodigiosa iconografía de su mundo de ensoñación con pasajes que en ocasiones desbordan su imaginería en cauces tan cercanos a lo onírico como al más reconocible cine de horror. Sin embargo, la fantasía también sabe traspolarse al terreno de la cruda realidad mediante la atmosférica orquestración fotográfica y el gusto por la estilización de la violencia. Y quizá lo más llamativo: se mueve con pasmosa comodidad en la dirección de actores en el segmento que transcurre en la realidad (el aprovechamiento físico de la interpretación de Sergi López, los primeros planos de una Maribel Verdú totalmente desnutrida, la desazón constante en el personaje del médico que encarna Alex Angulo, la carga de dolor que imbuye todas las apariciones de Ariadna Gil, por no hablar del rostro del horror que encarna el soldado exangüe tras la brillante secuencia de la tortura).

 

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