la mosca
The Fly
Director: David Cronenberg.
Guión: Charles Edward Pogue y David Cronenberg, basado en la historia corta de George Langelaan.
Intérpretes: Jeff Goldblum, Geena Davis, John Getz, Joy Boushel.
Música: Howard Shore.
Fotografía: Mark Irwin.
EEUU. 1986. 97 minutos
Realismo = Terror
En estos tiempos en los que está de moda el cine de superhéroes, y en cuyas narraciones -referenciadas de cómics clásicos- siempre hallamos las explicaciones a sus superpoderes en mutaciones y alteraciones genéticas (el caso de los X-Men, de los Fantastic Four o de Hulk, por ejemplo) o incluso de una suerte de traslación de habilidades animales (la picadura del arácnido a Peter Parker en el Spiderman de Stan Lee y después de Sam Raimi), cabe plantearse –tan a toro pasado- que, en este filme de 1986, David Cronenberg nos ofrecía una obra incardinable en los parámetros de los superhéroes pero en clave más realista, o, lo que es lo mismo, en clave de terror. Igual de desopilante puede parecer este comentario introductorio como válido el planteamiento de las muchas, ricas e interesantes opciones que el texto de superhéroes puede ofrecer más allá de unos corsés genéricos que Hollywood ha adocenado con demasiada rapidez; y para muestra los cómics de Alan Moore –la serie Miracle Man o esa auténtica biblia del Noveno Arte que es Watchmen- o de Fank Miller –las series Give me liberty y Ronin-, o, en muy diversos parámetros, esta obra de Cronenberg.
La nueva carne
Aunque la presente The Fly no se trate de una historia original (de hecho es un remake de un clásico de la serie B terrorífica dirigida por Kurt Neumann), el screenplay coescrito por el propio realizador deja patente muchas de las obsesiones temáticas que le han erigido en estandarte de ese extravagante movimiento filosófico al que se da en llamar la nueva carne. Cronenberg pone idéntica carne en el asador (y perdón por el juego de palabras macabro) que en Vinieron de dentro de..., Videodrome, Rabia o su posterior eXistenz; pone en voz y actos del protagonista Seth Brundle (personaje bien encarnado por Jeff Goldblum y al que por cierto, ahora me fijo, su propio nombre promueve un siseo labial semejante al rumor de un mosca) las teorías cuasicientíficas, no por estrambóticas menos elaboradas (y hasta cierto punto fascinantes) que nos hablan de la fusión entre lo orgánico y lo inorgánico, y en este caso que sirven de habilidosa premisa narrativa para la congruencia de la historia (la fusión de Brundle con la mosca que se cuela en su cabina teletransportadora en el momento de destruir y volver a generar la materia en la otra cabina).
Fanta-ciencia y tragedia
La cámara de Cronenberg es eminentemente descriptiva, despliega la historia mediante una concatenación de pequeñas secuencias que encarrilan la historia de una forma gráfica, muy poderosa, que a mí me recuerda, guardando las distancias, la necesidad-virtud de ese cine que hace cinco o seis décadas se dio en llamar “de serie B”. En el plano argumental y visual se acerca al hado de Seth Brundle desde una doble óptica, que en ambos casos se pone en imágenes desde la perspectiva de su amante (Geena Davis): por un lado, lo que tiene de interés fanta-científico el progresivo cambio del personaje en su progresiva transformación literal en un insecto, y por otro lo que tal circunstancia tiene de trágico. Y en ambos casos, el desarrollo argumental –que no evita truculencias visuales- se funde en un crescendo no terrorífico, sino de horror circunstancial, que atañe tanto a Seth como a su amante, y que, merced de un antológico desenlace, alcanza ribetes de auténtico, arrebatado romanticismo (pienso en la secuencia en la que el hombre-insecto moribundo sale de la cabina y se encañona a sí mismo la escopeta que la Davis empuña sin valor alguno para aniquilar al ¿hombre? que quiere).
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