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una historia de violencia

una historia de violencia

A history of violence.

Director: David Cronenberg.

Guión: Josh Olson, basado en la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke.

Intérpretes: Viggo Mortensen, Maria Bello, William Hurt, Ed Harris, Ashton Holmes, Peter Mc Neill.

Música: Howard Shore.

Fotografía: Peter Suschitzky.

EEUU. 2005. 96 minutos.


 

 

 

   Bajo la superficie

 

Si no fuera por la advertencia del prólogo (resuelto en un plano-secuencia de lo más envenenado), diríase que en los primeros compases de A history of violence nos adentramos en uno de esos espacios idílicos tan caros a la convencionalidad: una familia feliz de un pueblecito feliz, con un sheriff  preocupado por los lugareños, buena gente sin nada que esconder. Una especie de fachada a lo Far from heaven, a menudo rayando deliberadamente lo ridículo. Los primeros pulsos de violencia aparecen en la secuencia del atraco al bar, rodada con la saña habitual en Cronenberg, la misma con la que esta historia de pulsiones irá avanzando, y nos advierte de que una bestia existe en la intimidad de Joey, y, claro, también en el seno de esta beatífica comunidad. Cronenberg aplica un lento, perfectamente medido crescendo de los acontecimientos, que sirve de progresiva introspección en el/los mundo/s de Joey, especialmente lo que atañe a su esposa y su hijo mayor. Así, el descenso a los infiernos se nos aparece en cada momento de violencia -sea con armas de fuego, sea a puñetazos, sea en forma de sexo sucio en una escalera-, y también en la toma de actitud de la esposa y el hijo de Joey ante el curso de los acontecimientos.

 

 

   Ambigüedades

 

El secreto de la aparente oquedad narrativa y, a la vez, riqueza discursiva de la película, se halla en la descripción de su personaje protagonista, un individuo inicialmente mostrado en términos lineales –un tipo que encarnado por lo demás por Viggo Mortensen, actor saliente de interpretar al héroe de la epopeya tolkieniana- y, progresivamente, va convirtiéndose en un personaje más y más ambiguo, carente de bondad o maldad, atrapado por las circunstancias y por un pasado que intencionadamente no se nos aclara del todo... Una abstracción en la que reflejarnos. No hay –nunca lo hubo- en el panorama que dibuja Cronenberg espacio para adornos, énfasis o retruécanos narrativos. Su virulencia discursiva va pareja a su parquedad en la orquestación de los planos que va mostrando al espectador.

 

 

¿?

 

      La cuestión es que ni un sólo espectador puede abandonar la sala, al término de la película –tras esa brillante y muda secuencia final-, sin cuestionarse muchas cosas: ¿quién es Joey en realidad? ¿Por qué le juzga su familia? ¿Cómo es esa familia en realidad? ¿Dónde están los límites que distinguen lo racional de lo instintivo en el ser humano? Cuestiones que se pasean, tan impunemente, por el infierno que, una vez más, despliega en la tierra el autor de eXistenZ, para espectadores que se atrevan a ver sólo un poco más allá de lo que la mayoría de propuestas comerciales nos convocan. Un poco más allá de nuestras narices.

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