boogie nights
Boogie Nights
Director: Paul Thomas Anderson.
Guión: Paul Thomas Anderson.
Intérpretes: Mark Whalberg, Julianne Moore, John C. Reilly, Burt Reynolds, Philip Seymour Hoffman, Don Cheadle, William H. Macy, Heather Graham.
Música: Michael Penn.
Fotografía: Robert Elswitt.
EEUU. 1997. 143 minutos.
Cuando esta película fue estrenada en 1997 resultaba difícil conocer el auténtico talante del tipo que aparecía en los créditos como su máximo responsable. Se hablaba de pastiche entre las maneras de Scorsese y Tarantino, se hablaba de gusto por el alarde esteta, modalidad revival, etc. Diez años después, Paul Thomas Anderson ha estrenado películas de la idiosincrasia de Magnolia, Punch-Drunk Love y There will be blood, lo que nos aclara bastantes cosas. Boogie Nights, amén de la peor película hasta el momento de Anderson (¿y quizás por ello?), era/fue la puerta de acceso a los grandes estudios del realizador, película que, a pesar de estar escrita por él mismo, da la sensación de hallarse en las antípodas de la filiación eminentemente minimalista de Anderson, que con su opera prima (Sidney) ya nos reveló su portentosa capacidad para el retrato íntimo en los arrabales de la convención, y esta capacidad fue llevada al extremo, al paroxismo, e incluso a un espacio cuasionírico en sus tres ulteriores (y brillantes) películas. Boogie Nights no tiene casi nada de eso, y más bien se revela como un biopic que no por extravagante deja de seguir los cánones más convencionales.
Artificios
El interés de la película reside, por un lado, en el entramado más o menos feliz de la retahíla de personajes que van más allá de la trama principal pero en ocasiones consiguen enriquecerla y darle a la historia una mayor significación como mosaico descriptivo; por otra parte, claro, en los constantes juegos de la puesta en escena de Anderson, sus devaneos con la steadycam, las travesuras con la planificación y los planos-secuencia, y la utilización de la música (todo ello sí revela ecos claramente scorsesianos). Porque todo eso era, quizás, lo único que Anderson podía hacer: el artificio, que le dio de comer.
Petardos
Su esencia como narrador sólo planea en momentos aislados de la ficción, los más envolventes, como la conversación, en la cárcel, abortada, de Jack (Reynolds) con el que fuera productor de sus hits en los setenta, o aquél en el que Dirk y sus amigos visitan a un ricacho de Beverly Hills (Alfred Molina) al que pretenden venderle droga adulterada y se encuentran con un impúber chino que se dedica a amenizar la velada... tirando petardos.
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