Silver City
Silver City
Director: John Sayles.
Guión: John Sayles.
Intérpretes: Chris Cooper, Richard Dreyfuss, Danny Huston, Michael Murphy, Kris Kristofferson, Maria Bello.
Música: Mason Daring.
Fotografía: Haskell Wexler.
EEUU. 2004. 112 minutos.
El indie y la política
Silver City es una de las obras de mayor carga política en la filmografía de John Sayles, uno de los indies más brillantes de la cinematografía americana, especialmente conocido por su talante de rara avis, por su capacidad de moverse a los dos lados del sistema, en la industria que paga las facturas (haciendo guiones y filmando videoclips –muchos de los de Springsteen en los ochenta y noventa-) y fuera, muy lejos de ella, filmando historias como ésta que nos ocupa, cuyo discurso se alinea en todo caso contra el poder establecido y sus normas.
Inmigración y medio ambiente
La película es pariente lejana de la que es a mi juicio la mejor de Sayles, Lone Star, ya que incide en una trama criminal con el telón de fondo para desgranar el statu quo de los inmigrantes ilegales en la tierra de las barras y estrellas. Sin embargo, para la ocasión, y haciendo uso de un sentido de la oportunidad –las elecciones americanas del 3-N de 2004-, la trama, de puro cine negro, se envuelve bajo otra capa, que hilvana una crítica mordaz y muy poco sutil a la figura de George W. Bush, describiendo las piezas de poder financiero que patrocinan la campaña de un aspirante a gobernador de Colorado, el personaje magníficamente encarnado por Chris Cooper, una persona muy simple y manipulable, hijo de un importante Senador, de fervorosa pasión religiosa, y al que le gusta sazonar sus telegráficos discursos con bromas sobre el viejo oeste (sic). En el contexto de esa campaña electoral –en la que no se describe un antagonista del aspirante republicano, ya que se da por segura su victoria electoral-, un investigador concienzudo (magnífico Danny Huston) va levantando el velo de una confabulación urbanística de visos criminales, pues sus promotores emplean el trabajo de inmigrantes ilegales con la impunidad de saber que pueden disponer el orden de su vida, y atentando a sabiendas contra el medio ambiente de la zona.
Saturación temática
Una vez más, el filme escrito, montado y dirigido por Sayles es rico en personajes de lo más dudosos, algunos mejor descritos que otros, porque la película adolece de una saturación temática, y el juego entre la ficción política y la trama criminal no se resuelve de un modo del todo satisfactorio, quedando muchos lazos por atar que sólo el espectador más avezado y conocedor del discurso del autor es capaz de encajar. Ello no es óbice para reconocer en la obra auténticos destellos de genio, no ya sólo en el esquematizado cuadro de las fabulaciones y mecanismos del poder, sino en el tratamiento del personaje protagonista y su progresiva asunción de verdades peligrosas (y esos personajes que va escribiendo en la pared), o, en un plano visual, el tratamiento del clímax de la ficción criminal relacionada con la muerte del inmigrante Lázaro Huerta.
Buenos negocios
Aunque el filme está lleno de pullas, Sayles se guarda para el final la mayor cantidad de veneno, en un epílogo donde la cámara visita durante dos o tres segundos a todas las piezas de este ímprobo negocio con la puntuación de la voz en off de un discurso electoral aprendido y con ello rendimos definitiva cuenta de la calaña que se esconde tras la fachada, cerrándose la película con los peces que van apareciendo muertos al son de una salmodia patriótica, y una panorámica de la naturaleza asesinada por el precio de hacer un buen negocio.
0 comentarios