el reino de los cielos
Kingdom of Heaven.
Director: Ridley Scott.
Guión: William Monahan.
Intérpretes: Orlando Bloom, Liam Neeson, Michael Sheen, David Thewlis, Brendan Gleeson, Jon Finch, Eva Green, Edward Norton.
Música: Harry Griegson-Williams.
Fotografía: John Mathieson
EEUU. 2005. 147 minutos.
Lo primero que viene a la cabeza en el visionado de esta Kingdom of Heaven es sin duda Gladiator, el previo gran blockbuster de Ridley Scott, y una pieza que, por mucho que me pese, ha devenido referencial. Se repite en efecto la narración histórica de visos épicos, en un caso en la época de dominación romana y en ésta en la antesala de la tercera cruzada –unos mil años de diferencia, haciendo cuentas cronológicas, pero mucho menos si indagamos en el estilo aventurero, la narración de las heroicidades en liza y el tipo de enfrentamientos que se dan cita... en eso que podemos dar en llamar las formas y el hálito de la película.
Una buena historia
La gran diferencia entre aquella Gladiator y la presente película, que arroja un balance muy favorable a esta última, es que el guión –obra de William Monahan, que apuntaló su fama poco después, con la oscarizada The Departed- está mucho mejor trazado. Kingdom of Heaven nos habla en efecto de las escaramuzas y conflictos que se dieron cita en Tierra Santa, y que dieron lugar a la tercera de las cruzadas. No estoy yo por la labor de enmendarles la plana a los que critican (o alaban) la película por su fidelidad histórica, o por lo bien o mal que dejan a moros y/o cristianos. Estoy para explicar que la película de Ridley Scott ofrece, más allá del concepto espectáculo (y la infografía, muy lograda) que estas producciones siempre ofrecen, una estimulante historia cargada de conflictos bien enhebrados –y cuyo interés político se debe subrayar mucho más que sus justificaciones en el ámbito de la fe-. En Gladiator –mucho antes, diría yo- se confirmaba el talento visual del realizador de Los duelistas. En Kingdom of Heaven sucede lo mismo, si bien ese talento se pone al servicio de una historia que, al menos en su desarrollo, resulta mucho más convincente y sugerente que su célebre predecesora.
Texturas visuales
Ridley Scott, en efecto, sabe dotar la película de una textura visual que la hace inmensamente atractiva. El gusto esteticista del realizador se hace patente en cada plano, sin por ello menoscabar el texto que ilustra, antes bien encauzándolo de forma, en algunos momentos, magistral –esas dos elipsis con las que ventila el desarrollo del asedio de Jerusalén, y sobretodo la entera batalla de los templarios contra los sarracenos-. En ocasiones como las citadas da la viva impresión que la película hace de la necesidad virtud, porque el mayor problema que en definitiva plantea a nivel de guión es la enorme compresión de los acontecimientos que se narran –debido a las habituales presiones del estudio por acortar el metraje; en este caso parece que tendremos un DVD con una hora de más, y promete ser interesante-. También es verdad que Scott cae en excesos cuando filma secuencias de lucha –la utilización del ralentí o de los zooms resulta a menudo bastante gratuita-, pero por suerte no son tantas ni tienen especial peso; quedan como peajes a la galería en la era de la infografía aplicada a los módulos visuales del videojuego, el videoclip y la publicidad.
De Crowe a Bloom
Además de un ilustre elenco de secundarios, destaco que la presencia de Orlando Bloom da lo que es esperable de él, lo que resulta una novedad. Scott no le deja ni siquiera intentar adjudicarse las escenas él solito, circunstancia por la que Bloom tiene mucho que agradecerle. Esto último también marca una diferencia sustancial respecto Gladiator: en aquella película, los caprichos de Russell Crowe hacían bailar a su son al equipo artístico –guionista y realizador incluidos-. Y eso también se nota en el resultado final. Vaya que sí.
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