el juramento
The Pledge.
Director: Sean Penn.
Guión: Jermzy Kromolowski y Mary-Olson Kromolowski, basado en una novela de Friedrich Dürrenmatt.
Intérpretes: Jack Nicholson, Robin Wright Penn, Aaron Eckhardt, Tom Noonan, Benicio Del toro, Helen Mirren.
Música: Hans Zimer.
Fotografía: Chris Menges.
EEUU. 2001. 107 minutos.
Luces y sombras
El Sean Penn director (y en los últimos tiempos también el actor) se muestra particularmente interesado en moverse en ciertos márgenes del sistema, buscando imágenes y narraciones que promuevan una introspección en la psyké, en ocasiones como formulaciones dramáticas o incluso de ínfula filosófica, y otras que conllevan una carga de denuncia política y social. En esta The Pledge, su tercera obra tras Indian Runner y The Crossing Guard, y basándose (sospecho que libremente) en un hard-boiled del popular novelista suizo Friedrich Dürrenmatt, podría decirse que efectúa una parábola de naturaleza opuesta a las obras precedentes: si en aquéllas transitábamos por terrenos más bien esquinados en busca de una luz finalmente asible (y asimilable en una máxima de Tagore o en una plegaria compartida ante un nicho), en esta ocasión Penn narra las razones y circunstancias por las que un hombre honesto lo pierde todo y finalmente –como se nos anuncia ya en la secuencia-prólogo que convierte en flash-back todo el resto- enloquece.
Puntos de vista
Se trata de una obra más elaborada que las precedentes (y menos que Into the wild, lo que demuestra que Penn es un tipo emprendedor, y que se toma muy en serio la realización cinematográfica). No tanto en el apartado escénico –donde Penn volvemos a encontrarnos con esa voluntad de estilo y el gusto a veces excesivo y otras muy sugerente del plano de detalle descriptivo y del uso del montaje- sino desde el punto de vista de la complejidad narrativa: viendo desarrollarse los acontecimientos y las emociones (o más bien temores) de Jerry (un comedido y brillante Jack Nicholson) al espectador le asalta continuamente la duda de hallar en las imágenes dos posibles realidades, una objetiva, y otra, subjetiva, marcada por la obsesión que lleva de cabeza a Jerry y que terminará por perturbarle de un modo definitivo. Esto es así porque, creo que deliberadamente, la trama superficial de la película (la de raigambre genérica, la que nos cuenta las circunstancias de los asesinatos de hasta tres niñas pequeñas y el progresivo encaje de piezas que lleva a Jerry a resolver el caso) se plantea en términos de una clara evidencia: en todas las secuencias donde asistimos a las pesquisas de Jerry (con el jefe de policía de otro condado, con una niña amiga de la que murió al principio del filme, con la psicóloga que encarna Helen Mirren e incluso con su propia ahijada) resulta demasiado obvio el hallazgo de nuevas y unívocas pistas que llevan a la conclusión que Jerry alcanza, lo que nos puede llevar a pensar que ese hincapié subjetivo (por otro lado, tan caro a las intenciones de Penn) nos está traicionando a los espectadores tanto como al protagonista, contagiándonos ese cultivo del miedo y la ofuscación, o quizá incluso la renuencia de Jerry a vivir una nueva vida tras su jubilación.
Cuestión de fe
Está claro que en una primera lectura del filme puede deducirse que Jerry enloquece por causa de fuerza mayor (el reverendo, probable asesino, perece en un accidente de coche en el momento en que iba a matar a la ahijada de Jerry), pero no debemos olvidar que las intenciones esenciales del filme residen en algo mucho más abstracto, la exploración de las pulsiones del alma humana, y en ese sentido es en el que hallamos la tesis de la película. Una película que nos habla de un juramento, una promesa ante Dios que Jerry se ve forzado a hacerle a la madre que acaba de perder a su hija, a la que jura que dará con el asesino. Esa promesa marcará su monomanía y le llevará al borde del abismo. Penn nos está hablando de los perniciosos (por enquistados) efectos que la religión puede causar en la razón de un hombre bueno, que en su obnubilación feérica puede incluso llegar a perder de vista que la vida le ha dado una segunda oportunidad. En ese sentido es claramente significativo que el asesino de niñas sea un párroco, que regala cruces a sus víctimas e incluso las invita a la iglesia antes de violarlas y asesinarlas. A poco de pensarlo, el asesino y Jerry guardan una íntima relación emocional, mediatizada por su enfermiza afiliación a las normas divinas.
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