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carretera perdida

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Lost Highway

Director: David Lynch.

Guión: David Lynch y Barry Gilford.

Intérpretes: Bill Pullman, Balthazar Getty, Patricia Arquette, Robert Loggia, Robert Blake, Jack Nance.

Música: Angelo Badalamenti.

Fotografía: Peter Demming.

EEUU. 1997. 131 minutos.

 


 

 

 

Lírica lynchiana

 

Un neófito en lides lynchianas irá desgranando los acontecimientos que van desfilando en pantalla constante el metraje de Lost Highway y tratará en balde de racionalizarlos, de dar explicaciones de una improbable coherencia, en este caso que puedan teorizar sobre, quizá, dobles personalidades, máscaras, desórdenes emocionales o, acaso, el subterfugio de siempre: la explicación onírica. Es imposible que acierte, porque no se mueve en el terreno de la narración convencional (o pretende llevar el texto visual a esos parámetros), y Lynch no se lo permite: Lynch articula una lírica de lo esquinado, se desmarca con una habilidad pasmosa de los parámetros del espacio-tiempo, escarba en las pulsiones humanas más obtusas y de contornos más difusos, y lo hace de un modo muy personal; aunque su maestría se demuestra en la reconocible métrica de sus obras y en la inexplicable pero plausible coherencia interna de sus narraciones (ese modo tan sugestivo de atar cabos), lo que Lynch no busca ni pretende es entregar al espectador un libro de instrucciones o exprimirle la mollera. En todo caso, le basta con exprimirle un poco, aunque sólo sea durante un par de horas, el alma, del mismo modo que a sus abismales personajes. Y eso está al alcance de muy pocos.

 

 

Esencia enfermiza

 

Lost Highway es una poesía sobre el horror, una ópera macabra y despampanante parangonable a su anterior Twin Peaks: fire walk with me o a su posterior Mulholland Drive, donde lo que el espectador sí que percibe es la esencia enfermiza de los personajes enlazados de Bill Pullman y Balthazar Ghetti y los que dobla la actriz Patricia Arquette (por cierto, los tres magistrales en sus roles, y la Arquette convirtiéndose en la femme fatale más sensual, desgarradora y poderosa que nos ha dejado el cine en los últimos treinta años –y no estoy exagerando-), su tribulación y el indefinido sentido de culpa y horror que atenaza a los primeros y la turbiedad que anida bajo la(s) belleza(s) de la segunda.

 

Intensidad

 

A pesar de la comparación precedente, quizá considero que Lost Highway es la más depurada de las obras citadas, por cuanto la iconografía del realizador de The Elephant Man alcanza mayores cotas de intensidad felina y traumática, por cuanto Lynch logra algunas de sus secuencias más estilizadas y brillantes, y su dominio del ritmo es arrebatador, planteado en términos de crescendo, desde los lacónicos e inquietante espacios narrativos del largo planteamiento a los cada vez más abrasivos, virulentos, claustrofóbicos pasajes del largo desenlace (donde Lynch se permite efectuar un remedo personal de la quintaesencia del film noira gun and a girl- que noquea al espectador por su intensidad); la utilización de la música, en tránsito constante entre lo idílico y lo insano, es otro punto fuerte, y los tours de force visuales que se orquestan mediante esa acerada utilización de tan diversas piezas musicales sirven a menudo a Lynch para alcanzar sus oscuras tesis.

 

 

Rúbrica

 

   Lost Highway se permite en sus compases finales alcanzar una suerte de paroxismo de sí misma, a retratar los rincones más enfermizos del alma en su eclosión. En ese clímax final es cuando el espectador neófito al que me refería antes deja de serlo, abdica a la lógica y cede a la fascinación por el absurdo, es abducido definitivamente por la pasión y el horror, por el lado más salvaje de la mente, por la irresistible influencia de ese gran maestro del cine.

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