Twin Peaks: fuego camina conmigo
Twin Peaks: Fire walk with me.
Director: David Lynch.
Guión: Robert Engels y David Lynch, basada en la serie de televisión creada por Mark Frost y David Lynch.
Intérpretes: Sheryl Lee, Ray Wise, Mädchen Amick, Moira Kelly, James Marshall, Kiefer Sutherland, Harry Dean Stanton.
Música: Angelo Badalamenti.
Fotografía: Ronald Victor Garcia.
EEUU. 1992. 109 minutos.
Precuela cinematográfica
En términos profanos puede decirse que Twin Peaks: fire walk with me es una precuela de la celebérrima serie catódica que por su idiosincrasia y popularidad marcó una frontera bien visible entre las décadas de los ochenta y noventa, y que llegó a encumbrar una propia iconografía (cuando en 1990 la serie fue estrenada en España –en Tele 5-, los niveles de audiencia se dispararon, y la pregunta “¿Quién mató a Laura Palmer?” se puso en boca de todos los homus televisivus que habitan nuestra patria, los mismos que posteriormente han encumbrado a programas/series como Operación Triunfo, Aquí no hay quien viva o Crónicas Marcianas, por poner tres ejemplos; esa circunstancia, dados los arrestos onírico-paranóicos del argumento –televisivo y después cinematográfico- enhebrado por David Lynch, no deja de parecerme tan pasmosa como maravillosa).
Quién mató...
En términos económicos y creativos, al eminente realizador de The Elephant Man le sucedió algo inversamente proporcional a lo acaecido con otra de sus superlativas obras: Mulholland Drive. Si en aquel caso se trataba de un piloto cuya producción fue suspendida obligando al realizador a convertir el material en base para lo cinematográfico, en lo concerniente a Twin Peaks el éxito fue tan rotundo que se permitió (probablemente se le rogó) a Lynch que realizara una versión para la gran pantalla. Me imagino que el único corsé estipulado era la resolución del enigma (quién mató a Laura Palmer), y Lynch convirtió el juego en una de sus atmosféricas operas macabras sobre los posos de horror espiritual y moral que moran bajo la superficie beatífica de una comunidad perdida en un lugar perdido de América (riéndose de las convenciones que le encumbraban: el filme fue ninguneado o directamente vilipendiado por buena parte de la crítica, y el resultado en taquilla fue muy inferior al esperado).
Ternura y tragedia
Lo que hace más patente la máxima temática del filme es el absoluto desprecio que muestra Lynch por desentrañar el whodunit que sirvió de estrategia comercial para la cinta. Lynch prefiere jugar con una narración desgajada en el tiempo, articulada a raíz de algo parecido a una visión por parte del agente Cooper, que encarna Kyle McLachlan (que sólo aparece en dos secuencias del filme), y que desgrana la vida en sociedad, y bajo ella, de Laura Palmer, basada en una incendiaria –en lo argumental- dicotomía entre la ternura y un acusado sentido de lo trágico (ello correspondido con su propio padre, que pasa de lo paternal a lo incestuoso y mefítico por obra y gracia de una posesión que no puede por menos que catalogarse de infernal). Este tránsito entre lo aparente y lo pesadillesco, entre lo cándido y lo sórdido, está imbuido de una majestuosa capacidad narrativa, de una facilidad pasmosa por el desarmante cambio de registro. Ya hemos dicho que la pequeña comunidad de Twin Peaks se ve transmutada en un crisol de espejos deformantes, y algo parecido sucede con los enigmáticos miembros del FBI, así como sus obtusas y alquimistas estrategias. No hay interés alguno en la narración convencional, no hay por tanto trascendencia alguna en la autoría del asesinato más famoso de la historia de la televisión. En cambio sí que hay un acerado retrato de la adolescencia, de las drogas, del sexo, del amor y el odio, del incesto, de los sueños y pesadillas, del filo que separa la superficie visible de la invisible, o la vida y la muerte. De ahí que el título del filme venga acompañado de un sugerente “fuego camina conmigo” y no del tagline que se hizo constar como subtítulo en los carteles de la película: “los últimos días de Laura Palmer”.
Esencia lynchiana
En efecto, la libertad creativa de que dispuso el director de Dune le permitió dar rienda suelta a esa extraña poesía que, en su cacofonía, en su capacidad de fascinación, en su extraña cohesión, -en definitiva- en sus entrañas alberga un discurso que resguarda la lucidez, el cinismo y la lírica en la descripción de los más bajos instintos humanos. Tras esta saga sobre el pueblo de las dos cumbres, llegarían dos obras con las que guarda cierta relación de continuidad narrativa y visual, Lost Highway y la ya citada Mulholland Drive. En los tres casos son obras imprescindibles, singulares muestras del no menos singular talento de este realizador acunado hace más de dos décadas en los márgenes indies americanos y convertido en uno de los más portentosos directores de cine que existen.
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