la escapada
Il Sorpasso.
Director: Dino Risi.
Guión: Dino Risi, Ettore Scola, Ruggero Maccari.
Intérpretes: Vittorio Gassman, Jean-Luis Tringtignant, Catherine Spaak, Claudio Gora.
Música: Riz Ortolani.
Fotografía: Alfio Contini.
Italia. 1962. 107 minutos.
Road-movie
Antes de que easy riders de diverso pelaje pusieran en boga el glorioso término road-movie, Dino Risi propuso con esta Il Sorpasso una narración canónica de carretera, aquélla basada en la equiparación entre trayectos, físico (premisa e hilo argumental) y emocional (el plano de la introspección en los personajes que desgrana ese hilo). Y la verdad es que se trata de una obra de apariencia desenfadada –citada por muchos críticos como ejemplo paradigmático de comedia alla italiana-, pero en cuyo fondo habitan complejos resortes psicológicos y sociológicos. Los dos protagonistas casi absolutos de la cinta son Roberto, un joven y apocado estudiante de Derecho, y Bruno, un automovilista parlanchín y amante de la picaresca. La coda de la completa narración se dirime, como he dicho, en las carreteras italianas, y se basa en el vivo contraste entre ambos personajes, contraste magníficamente perfilado en el libreto escrito por el propio Dino Risi en colaboración con Ettore Scola y Ruggero Macari, y magnificado por las soberbias interpretaciones de Jean-Luis Trintignant y la versión más desfachatada de ese actor inigualable llamado Vittorio Gassman.
Roberto (y Bruno)
Si la sustancia cómica de la película resulta a la postre opinable, volviendo a la terminología anglosajona debo decir que de ese contraste entre Roberto y Bruno no emerge una buddy-movie al uso: según avanzan los acontecimientos nos damos cuenta de que la relación entre uno y otro no es de igual a igual, no existe toma y daca dialéctico ni de ninguna otra clase, sino que es Bruno quien lleva la voz cantante (quien conduce el deportivo) y arrastra con él al inseguro Roberto, convirtiéndole en un involuntario comparsa. El filme detalla de buen principio que Roberto conoce a Bruno por accidente (de hecho, Bruno se aprovecha de él, pues tirando de labia logra colarse en su casa y hacer una llamada telefónica). El accidente se prolonga durante un largo fin de semana, o quizá, más bien, toda la eternidad... Aquí aparece la primera línea de complejidad, pues a poco de pensarlo Il sorpasso está narrada en todo momento desde el punto de vista de Roberto: es su voz en off la única que escuchamos –relatando al espectador sus pensamientos y opiniones sobre Bruno, sus recelos al principio y sensaciones encontradas después-, es a él al único al que la narración no abandona en ningún momento –cuando trata de abandonar a Bruno en el restaurante, o cuando es Bruno quien le deja solo en la noche de aquel villorrio porque se va a cenar con un cliente al que se encuentra por casualidad-; de forma diría que quirúrgica, y en creciente progresión lírica, la película nos va dando información sobre los sentimientos que anidan tras el porte retraído del personaje que incorpora Trintignant, al tiempo que van vaciándose de sentido las opciones vitales de Bruno –al verle despreciar al prójimo o mofarse de la memoria sentimental de Roberto, al intuir que su modo de vida se basa simplemente en su condición sátrapa, tanto en los negocios como en un plano personal, pues fue incapaz de asumir sus responsabilidades como marido y como padre-. El punto de vista que acaba prevaleciendo desprecia a Bruno y la piel dura que viste, que no guarda más que fanfarronería –bien aliñada en sonrisas y oportunismos dialécticos, eso sí-; aprecia en cambio a Roberto y al modo en que le afecta ese contacto con la vida licenciosa. Por ello resulta apasionante meditar sobre la confesión que Roberto le hace a Bruno en los últimos instantes de la película, “estos han sido los mejores días de mi vida”, e interpretarlos a la luz de dos momentos concretos que quiebran con el desarrollo del filme: primero, ese interludio nocturno en el que Roberto se encuentra con una extraña a la que en principio confunde con la mujer a la que ama y con la que comparte una breve charla que la cámara encuadra con sumo mimo y capacidad para la sugerencia (desvelando así las pulsiones sexuales del personaje, súbitamente desencadenadas y rápidamente frustradas); segundo, la solución trágica que a Roberto le depara el azar, solución argumental que al espectador le resulta tan inesperada como coherente con la propuesta dramática que yacía agazapada tras lo liviano y lo risible.
Italia, 1962
Nos situamos en Roma y en diversas localidades costeras de su extrarradio, un fin de semana veraniego (del “ferragosto”) de 1962. Diversas señas cuya trascendencia va mucho más allá de la mera situación de espacio y lugar. Il Sorpasso, con sus tantísimas secuencias de carretera –por cierto, filmadas con mucha solvencia- o en lugares públicos –en restaurantes, en los retretes de una gasolinera, en la playa, en una parada de autobuses...- cede mucho espacio a una vertiente documentalista, al retrato de un lugar y sus gentes en un momento histórico que la velocidad del “Aurelia Sport” que conduce Bruno traduce en términos de cambio vertiginoso. Nos hallamos en los tiempos del miraccolo económico, de superar los estigmas de la postguerra y avanzar hacia cierto modelo de prosperidad, con unas reglas y costumbres cuya nueva usanza se plasman en la película de un modo tan fresco que parece involuntario. Asistimos por ejemplo al bullicio en los restaurantes y locales de fiesta –y el ambiente que queda fijado en esas melodías tan populares-, o a la playa y los ocios acuáticos como práctica de una burguesía estandarizada. Aunque probablemente sea Bruno quien, en un plano simbólico, sirva mejor a la radiografía de ese trasvase, tan salvaje en el fondo, entre la continencia y el desenfreno en lo económico. Él y su macchina, claro, ese “Aurelia Sport” que el crítico José María Latorre, muy atinadamente, contraponía al Fiat familiar. Volvemos al concepto de road-movie en toda su extensión sociológica, pues la carretera es el lugar en el que el bravucón y su deportivo dejan atrás a toda esa tipología humana en tránsito -los campesinos, ciclistas, familias en sus utilitarios...-, el lugar para la imprudencia y el riesgo, la búsqueda de un destino o su carencia.
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