el mito de Bourne
the bourne supremacy
Director: Paul Greengrass.
Guión: Tony Gilroy, basado en la novela de Robert Ludlum.
Intérpretes: Matt Damon, Famka Potente, Joan Allen, Brian Cox, Julia Stiles, Karl Urban, Michelle Monaghan.
Música: John Powell.
Fotografía: Oliver Wood.
EEUU. 2004. 112 minutos.
Greengrass asume las riendas
El primer título de la trilogía, The Bourne Identity, dirigido por Doug Liman, era un filme más bien irregular: a pesar de la solvencia del libreto rubricado por Tony Gilroy y del ritmo endiablado de la función, la propuesta se acababa demorando por la excesiva frialdad con la que Liman se acercaba a las situaciones y los personajes. Ello nos hace pensar en esa máxima bien conocida por la cinefilia de todo pelaje que reza que “segundas partes nunca fueron buenas”, y que, como buena regla, puede romperse, cosa que sucede con esta The Bourne Supremacy con respecto al título inicial (nota bene: el bourneómano me dirá que esto no es una secuela convencional, porque los libros de Robert Ludlum que se adaptan forman un corpus a dividir en tres películas; parte de razón tendrá, aunque también es cierto que si en las taquillas no le hubieran salido los números a The Bourne Identity ya veríamos si llegaba esta… segunda parte). Es raro, decía, que una segunda parte mejore los resultados de la primera, pero también lo es –y está en íntima relación con lo anterior- que se le ofrezcan las riendas de esta película a un director como Paul Greengrass, forjado en el medio televisivo y como documentalista (no olvidemos que su visado a Hollywood es nada menos que Bloody Sunday, filme de visos documentales e incardinable dentro de los márgenes del cine político, que recrea los trágicos acontecimientos del domingo sangriento de Derry). O, más bien, que Greengrass se atreva a exportar las técnicas narrativas del llamado cinema verité –la planificación semidocumental, el uso de la cámara al hombro, la textura granulada de las imágenes, la saturación de planos, y otros experimentos de montaje- al puerto comercial, o, si prefieren, al cine de género de acción e intriga. Sí, la mayor gracia de esta vistosa The Bourne Supremacy es que las intenciones y habilidades visuales de Greengrass trascienden con mucho los afanes esteticistas de Liman (aquí, con funciones de productor ejecutivo) y dan perfecta rienda a lo que de físico, trepidante (y lacónico) tiene esta pursuit story, epítetos todos ellos que casan con las convenciones del género en el cine americano contemporáneo, y que lo hacen imponiendo esa personalidad propia.
Artesanía y brillantez
Hay detractores al cine de Greengrass, hay quien no le encuentra más que retórica al montaje (con apariencia de) deslavazado, a los requiebros del encuadre, en definitiva a ese reguero de improntas estilísticas que el director lleva al extremo con la misma naturalidad en sus películas de Jason Bourne que en un filme del calado dramático de United 93. Bajo mi humilde punto de vista, demuestran una luenga tarea (artesana si quieren) de planificación y otra (brillante, sin duda) de postproducción; pero, aún más allá de consideraciones técnicas, el despliegue visual resultante es atractivo, y el ritmo trepidante que el filme ofrece no está reñido con la correcta descripción de personajes y tramas: el guionista Tony Gilroy tiene que ver en ello, pero el ritmo –la economía descriptiva- es cosa de Greengrass (así como la espléndida utilización de los escenarios –felizmente, el tour que la película propone por la India, Nápoles, Berlín, Moscú y NY tiene bien poco de paisajístico, y mucho de punto de vista físico abocado a los entresijos de la historia-).
Barniz político
Aunque los contenidos del filme disten mucho de pretender una tesis política, se anota cierta mejora en la profundidad de esos contenidos respecto de su filme precedente: donde en The Bourne Identity encontrábamos a un asesino que dejaba de serlo porque su conciencia le anulaba esas facultades mecánicas, en The Bourne Supremacy no sólo asistimos al flash-back que narra un doble asesinato a sangre fría de un matrimonio por parte de Bourne, sino que nos adentramos en la materia de fondo que relaciona a la CIA (aunque sea a agentes desleales movidos por intereses espurios) con esos asesinatos, concretamente por tratarse de un político ruso que, tras la caída del muro, quería evitar la privatización de los oleoductos del Mar Caspio. Ya sé que es una anotación de pasada, una anécdota argumental, pero ahí queda (y seguirá desplegándose en el último capítulo).
Bajo el fuego y el agua
Para terminar, enlazando con las anotaciones referidas al apartado formal del filme, anoto diversas secuencias que, por su intensidad o capacidad de sugerencia, convierten esta buena película en algo más. Pienso en la persecución nocturna en Berlín –la huida del hotel, el metro, la caída a un transbordador en el que Bourne se lastima una pierna, la escalada del puente…-, en la inevitable (y mucho más brillante que su precedente) persecución motorizada en Moscú, o, cambiando mucho de tercio, la escena en la que Bourne besa y se despide de su novia en las profundidades del río, uno de los pocos planos fijos de la película, que contiene en su seno una noción diría que imposible de dramatismo (amén de las consideraciones referidas al agua como elemento simbólico de esta historia narrada en tres filmes, que empieza y termina en el agua, y que, también, en el apartado emocional del protagonista, allí se quiebra).
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