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shine a light

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Shine a light

Director: Martin Scorsese.

Intérpretes: Rolling Stones, Jack White, Christina Aguilera, Buddy Guy.

Fotografía: Robert Richardson.

Montaje: David Tedeschi.

EEUU. 2007. 117 minutos.

 


 

 

El otro Scorsese

 

Aunque ni al miope se le escapa que Martin Scorsese es uno de los mejores realizadores que el cine americano nos ha dejado los últimos treinta años, lleva unos cuantos ninguneado y a menudo denostado por la crítica. Esa (numerosa, al menos en Europa) facción crítica le acusa de los excesos contenidos en filmes como Gangs of NY, The Aviator o The Departed; digo yo que excesos ya los había desde los tiempos de Who’s that knockin’ at my door, y que un realizador tan cinéfilo, neurótico y exuberante como Scorsese ha hecho del exceso una impronta de estilo; probablemente, su imperdonable error (a los ojos de esos críticos) sea haber puesto la exuberancia al servicio de productos con marchamo mainstream (y, para colmo de males, que un director al que en tiempos de Raging Bull se le consideraba “director pese a Hollywood” ahora sea un “director de Hollywood” ganador del Oscar por la tercera de las obras citadas). Por suerte, estoy curado del espanto de esa torvedad de miras, pero en cualquier caso debe censurarse a esos críticos el hecho de que Scorsese haya empeñado sus esfuerzos audiovisuales en otras causas aparte de las citadas películas auspiciadas por las majors. Estoy hablando, claro, de sus proyectos “musicales”, primero la producción –y dirección del primer capítulo- de una emocionante y genuína serie de largometrajes sobre el Blues, segundo de esa Obra Maestra sin paliativos que supuso No Direction Home, el documental sobre los primeros años de la carrera de Bob Dylan, y tercero, esta Shine a Light, nada más (y nada menos) que la lujosa realización cinematográfica de un (de hecho fueron dos) concierto(s) de los Rolling Stones, celebrado(s) en el Bacon Theater de Nueva York en otoño de 2006. Empeño e interés el de Scorsese que, por otra parte, no le viene de nuevo, pues bien conocida es su pasión por el rock y la íntima relación de su obra con el mismo, desde sus inicios como montador de Woodstock, hasta la realización de la mítica The Last Waltz. A ese documento sobre el último concierto de The Band ya no se atreve a toserle nadie, y en idéntica línea convendría  hablar de la serie sobre el Blues y No Direction Home, obras que, en mi humilde opinión, han dejado una fulgurante impronta en la filmografía de su autor, y, aún más, tienen un valor precioso en términos de radiografía cultural de su tiempo.

 

Palabra de fan

 

Cada una de las obras –que acuñaremos- rockeras de Scorsese es distinta de la anterior, cada una perfila unas intenciones diversas y se articula desde distintos formatos (y a la fecha de escribir esta reseña, que se sabe que el realizador está en preparación de sendos documentales referidos a las figuras de George Harrison y Bob Marley, uno se pregunta: ¿por dónde irán los tiros esta vez?). La que aquí nos ocupa, esta Shine a Light es una celebración de la música y sus señas; es, como su propio título indica, una refulgente mirada al que probablemente sea el grupo musical más mítico (y los mitos vivientes: Jagger, Richards, Wood y Watts) del fenómeno musical por excelencia de este siglo. Que Scorsese es un fan confeso de los Rolling Stones lo atestigua la impronta de las canciones de la banda en la pista sonora de diversas películas del realizador, ya desde los tiempos de Mean Streets –donde utilizó Jumpin’Jack Flash y Tell Me- a la reciente The Departed –cuyas imágenes empezaban con los poderosos arpegios de Gimme Shelter y después nos dejaban el reguero musical del Let it loose-, pasando por Good Fellas –donde también escuchamos Gimme Shelter, y Memo from Turner- y por Casino –la lista más larga: Long Long While, (I Can’t Get No) Satisfaction, Heart of Stone, Sweet Virginia, Can’t You Hear Me Knocking, y otra vez Gimme Shelter-.  Esa condición de fan es asumida en los jocosos sketches que sirven como prolegómenos del concierto –donde el propio Scorsese se marca bromas privadas y públicas del corte que le vimos en (la versión larga de) aquel divertido tráiler de Freixenet-, que no pretenden otra cosa que alisar el terreno al espíritu socarrón y optimista que debe presidir y de hecho preside la actuación de los Stones.

 

Aspectos técnicos

 

El set-list del concierto alterna los sempiternos clásicos de la banda (sobretodo en la apertura y el final) como Jumpin’Jack Flash, Start me up, Brown Sugar y Satisfaction con otras piezas menos esperables, caso de You Got the Silver o la entrañable As tears goes by; también hay espacio para los duetos, con Jack White interpretando Loving Cup, con Christina Aguilera en feliz aposición en la rítimica Live with me, y con el bluesman Buddy Guy, cuya interpretación compartida del Champagne and Reefer es probablemente el momento más apoteósico del concierto (o, al menos, del ojo de Scorsese). Y qué decir de su puesta en escena cinematográfica, simplemente que los alardes técnicos son tan visibles como esplendentes. Scorsese se sirve de infinidad de cámaras para dinamizar la música en las imágenes (me refiero a poner en movimiento el sonido, lo que de hecho es una marca de estilo del realizador desde sus primeros tiempos), enfatizar la esencia festiva del espectáculo y sobretodo su intensidad: los vibrantes duelos guitarrísticos y la deslumbrante electricidad gestual de Jagger; sin duda que el director debió de volverse poco menos que loco tratando de dar órdenes a los dieciocho cameramen que tenía a su servicio. Al impecable encóurage coadyuva no con poco la tarea lumínica de Robert Richardson, auténtico peso pesado de la fotografía que en esta ocasión parte de un férreo control horizontal de la luminosidad para progresivamente introducir algunos efectos que dotan de mayor densidad expresiva a algunas de las piezas interpretadas (como paradigma citaré el rojo que sobreimpresiona la actuación de Jagger en Sympathy for the Devil). En la que debió de ser una indómita tarea de postproducción, asiste al realizador David Tedeschi, el montador que ya demostrara sus excelsas capacidades en No Direction Home.

 

La herencia del blues

 

Entre las sucesivas piezas que van jalonando el concierto, el filme intercala algunos documentos televisivos pretéritos –algunos, de un anacronismo improbable- que contienen entrevistas a Mick Jagger, a Keith Richards o a Charlie Watts. Con ellas, Shine a Light se adentra en un terreno que se halla un poco más allá del aire eminentemente festivo y desbordante del concierto, de la joie de vivre salvaje que exhalan las interpretaciones musicales de los Rolling: aunque sea tímidamente, el filme se permite abonar ese pequeño espacio para enhebrar cierto discurso sobre la relación entre la mitología del rock y los procesos de madurez y hasta envejecimiento de algunos de sus puntales. Quizá Scorsese nos está diciendo que no es que los viejos rockeros nunca mueran, pero al menos tenemos asegurada su afiliación musical hasta el último de sus suspiros. Una lección bien aprendida de los viejos maestros, como Buddy Guy, como John Lee Hooker, como el propio BB King. De los padres fundacionales a estos hijos pródigos. La pregunta, ya no formulada en el filme, es: ¿tendrán descendencia?

 

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