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bloody sunday

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Bloody Sunday

Director: Paul Greengrass.

Guión: Paul Greengrass.

Intérpretes: James Nesbitt, Allan Gildea, Gerard Crossan, Mary Moulds, Carmel McCallion, Christopher Villiers.

Música: Dominic Muldowney.

Fotografía: Ivan Strasburg.

GB-Irlanda. 2002. 104 minutos.

 


 

 

 

Derry, 1972

 

Muchos acontecimientos que revelan la insania y la indignidad del uso del poder y la fuerza quedan en el olvido. Cada día sucede. En algunos casos, muy pocos de ellos, logran rescatarse del olvido. Es lo que trata de hacer Paul Greengrass con esta Bloody Sunday, meticulosa y comprometida recreación de los trágicos acontecimientos acaecidos durante la marcha del movimiento por los Derechos Civiles acaecido en Derry en un domingo de julio de 1972, en los que el ejército inglés cargó de forma indiscriminada y con armas de fuego contra civiles, causando un auténtico reguero de muertos y heridos, y sin que ninguna investigación judicial, política o castrense ulterior repartiera responsabilidad alguna en la matanza.

 

 

Imágenes contra la injusticia

 

Greengrass articula un magnífico exponente de cine de denuncia, y la distancia de treinta y dos años con los hechos que se recrean no hacen más que servir de apoyo a sus teorías. Cual denso docudrama (e impropio, por sus sobriedad), el filme avanza de forma rigurosamente cronológica, en un lapso que abraza veinticuatro horas escasas, desde el anochecer de la víspera hasta las declaraciones de los soldados ante sus superiores y del activista por los Derechos Civiles ante la prensa. La cámara se proyecta sobre diversos focos de atención, agentes como el político por los derechos civiles, el jefe al mando del ejército en los cuarteles y otro en las calles, uno de los soldados, y finalmente una de las víctimas, el joven de diecisiete años Gerry. A sabiendas de que los hechos son relativamente conocidos, la película sabe cómo gestionar la tensión in crescendo hasta el advenimiento del drama, concomitando con sequedad cada uno de esos focos de atención, dejando a la cámara moverse libremente a pie de calle (esto es utilizando la steadycam, y unos movimientos de cámara cada vez más desenfrenados, que sirven para transmitir a la perfección esa sensación de confusión, y, en los momentos de violencia, toda su atrocidad). Liberada de servidumbres narrativas –a pesar de las posibilidades dramáticas infinitas- o formales –v.gr. no hay ni un segundo de música en todo el metraje-, parece que Greengrass no deja ni un resquicio a eventuales detractores de su documento, y su mayor victoria –la de la imagen contra la injusticia- queda plasmada en el epílogo en el que se van recitando los nombres de los civiles fallecidos mientras diversos rótulos punteados con voz en off nos recuerdan que la injusticia y el dolor sólo son caldo de cultivo a más injusticia y dolor, y que el poder permanece ajeno, impertérrito a tan evidentes y trascendentes silogismos.

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