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de nens

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De Nens

Director: Joaquim Jordà.

Guión: Joaquim Jordà, Laia Manresa.

Música: Albert Pla.

Fotografía: Enric Daví, Carles Gusí.

España. 2004. 170 minutos.

 


 

 

El Caso Raval

 

El ninguneo sistemático al que suelen condenarse las obras de los autores underground (y Joaquím Jordà lo ha sido siempre) no se cebó especialmente con esta “De nens”, longevo documental que parte del enjuiciamiento del denominado “Caso Raval”, y que fue exhibido –un par de semanas- en un sala del cine Verdi Park de Barcelona, además de saludada por la práctica totalidad de los críticos como una obra imprescindible. Que lo es: durante tres horas -densas, tensas, fugaces-, la cámara de Jordà aborda sin complejos el tristemente célebre juicio ventilado ante la Audiencia Provincial de Barcelona por presuntos delitos de agresiones sexuales a menores; y con un irreductible afán investigador, escruta a fondo en los elementos y acontecimientos judiciales y extrajudiciales que sin duda concurrieron en (lo que todavía es, pero menos) aquella nebulosa definida por los mass media como “Caso Raval”.

 

Arquitectura narrativa

El filme pasa por ser una especie de segunda parte del libro “Raval. Del amor a los niños”, de Arcadi Espada, por cuanto retoma el curso de los hechos donde lo dejara la obra de sociólogo, que se centraba en el análisis de lo acontecido en los meses estivales de 1997, cuando se desencadenó el affaire y los medios de comunicación desplegaron sus distorsionantes ecos de resonancia. Conozco el libro de Espada, y puedo decir que esa correlación interdisciplinar no debe extenderse extramuros de la mera cronología de los hechos, en tanto que la propuesta del filme, amén de perfectamente cohesionada desde el punto de vista cinematográfico, contiene un discurso autónomo y sin fisuras, perfectamente comprensible sin necesidad de recurrir a cualesquiera antecedentes. El auténtico ejercicio caleidoscópico que Joaquím Jordà despliega en “De nens” se sitúa a tres niveles narrativos, que van intercalándose (y retroalimentándose) en una arquitectura narrativa de complejidad creciente: por un lado, el minucioso y ordenado seguimiento de las sucesivas sesiones del Juicio Oral; por otro, las diversas entrevistas a agentes periféricos, que participaron o conocieron a distintos niveles los acontecimientos urbanísticos que afectaron al otrora denominado barrio chino; y finalmente un tercer eslabón configurado a partir de diversas dramatizaciones –a cargo del grupo teatral “La vuelta”- que puntúan de forma lírica, y no siempre exenta de carga corrosiva, los diversos conceptos e ideas que el filme va desgranando (función ésta compartida con la partitura musical de Albert Pla, que aparece y desaparece de forma fragmentada en múltiples momentos del metraje, pero en todo caso con una finalidad narrativa evidente –no es baladí apuntar al respecto que una interpretación del cantautor de una de sus piezas clásicas, La nana de l’Antonio, le sirve a Jordà como introducción al retrato del enjuiciamiento de Xavier Tamarit, Jaume Lli, Antonio Durán, Nuria Martín y Josefa Guijarro, quienes compartieron el banquillo de los acusados).

 

Due process in law

En lo concerniente a la Vista Pública (lo que profanamente denominamos “el juicio”), Jordà tiene pocas más contemplaciones que el órgano judicial a la hora de despachar su cometido, pero ese cometido está en las antípodas de aquél: ninguno de los actores judiciales (magistrados, acusaciones públicas y particulares, defensas, acusados, testigos y peritos) queda libre de los estudiados encuadres –a menudo en primeros y primerísimos planos- de la cámara, que, resiguiendo con punta fina el completo desarrollo del pleito, destripa sin piedad lo que la realidad esconde tras las muchas convenciones sobre el due process in law, lo que de la actividad jurisdiccional es dable esperar (especialmente en lo referido al cumplimiento de las garantías procesales constitucionales), y es capaz de sembrar dudas de envergadura sobre los hechos de referencia, que contrastan tristemente con los dogmáticos axiomas que mueven, por un lado, la actuación (y ulterior decisión en Sentencia) de los magistrados, y, por otro, la cobertura periodística, no exenta de un patente deje amarillista.

 

Vencedores y vencidos

Sobreimpresionado a ello, cual pertinente diorama, planea la descripción de las actuaciones urbanísticas de herencia olímpica llevadas a cabo en el barrio barcelonés, los intereses confrontados, las resoluciones adoptadas, sus beneficiarios y sus perjudicados. Se identifican en todo momento las fuentes, y no se concede mayor beneficio (de la duda) a quienes –como Joan Clos, que fuera regidor de Ciutat Vella y que en su día abanderara el proyecto de intervención urbanística integral en el casco antiguo, o el responsable de RECIVESA, la empresa adjudicataria de las obras públicas de rehabilitación- rehusan aparecer en pantalla. En un momento central del filme, el antropólogo Manuel Delgado establece una distinción entre la ciudad que se vislumbra en los despachos políticos –con sus planificaciones y sus PERIs- y la ciudad real implantada como un curioso entramado de subjetividades, de intereses enfrentados y de verdades ocultas. Jordà plasma en imágenes esa contradictoria relación, que está llamada a ser confrontación, una confrontación que siempre tiene vencedores y vencidos, y siempre en idéntica regla de proporcionalidad, vencen los que disponen del poder, y son vencidos... los que quedan más alejados de su influencia, los excluidos.

 

La utopía de la justicia

De nens es, a la postre, una agudo retrato de los tiempos que corren, un candente testimonio de la impunidad del poder y sus mecanismos de consolidación en el tejido social. Es también un fundamental exponente del cine de juicios, emparentado más estrechamente de lo aparente con JFK, de Oliver Stone, otra obra de filiación documentalista, con la que comparte el cuestionamiento de la evidencia mediante la evidencia más evidente (y perdón por el retruécano). Una de sus muchas reflexiones versa sobre la utopía de la justicia, sobre la imposibilidad práctica de conocer la Verdad. Y ante esa imposibilidad, sobre cuáles son las verdades que prevalecen por encima de las otras, que son desechadas. Jordà no responde, no juzga, declina jugar a arrojar luz sobre la oscuridad. Pero su valentía estriba en recordarnos que nos movemos en esa oscuridad. Y eso ya es mucho.

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