Harry el sucio
Dirty Harry
Director: Don Siegel.
Guión: Dean Reisner, Harry Julian Fink y Rita M. Fink.
Intérpretes: Clint Eastwood, Harry Guardino, Reni Santoni, John Vernon, Andrew Robinson, John Mitchum.
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Bruce Surtees.
EEUU. 1971. 104 minutos.
Considero innecesario entrar a debatir la reputación de filofacha que se ganó el personaje de Harry Callahan (y por extensión el propio Eastwood, que desde entonces ha podido desacreditarlas con maestría en una filmografía trufada de filmes de la talla cinematográfica y discursiva de A perfect world y Mystic River), la realidad de los mensajes subversivos que la película de Don Siegel (y la retahila de secuelas –por lo que sé, muy inferiores a la original-) presuntamente despachaba, o incluso la lectura política sui generis de una obra como la que nos ocupa. Vista hoy, treinta y tantos años después de su estreno, Dirty Harry nos hace añorar aquellos años en los que el thriller de fábrica hollywoodiense respiraba una mala leche y una sobriedad que con el paso del tiempo languideció y traspasó las fronteras del limbo. Películas dirigidas por el propio Siegel, por Richard Fleischer, por Sidney Lumet, por Alan J. Pakula o por William Friedkin (autor de la que quizá señorea en los anales del reconocimiento crítico esa forma de narrar y esa obsesión tonal por lo descarnado: French connection, filme oscarizado en 1973) y que no refinaban ni sofisticaban la narración porque se sustentaban en una estética y discurso que a menudo traspasaba las fronteras de este actual Código Hays al que denominamos “lo políticamente correcto” (tampoco es baladí relacionar con ello, y de forma íntima, la precaria situación económica –y las perniciosas consecuencias en lo social- del país de las barras y estrellas, y el clima de paranoia suscitado por los políticos y el oscurecimiento y final derrota en el conflicto militar en el sudeste asiático).
Método Callahan
Pero centrémonos en este filme de Siegel, del que debe decirse que es un auténtico clásico del género en lo concerniente a la estructura argumental y al tratamiento de los personajes. En sus imágenes, añejas como el buen vino, reconocemos múltiples ecos posteriores, tan variopintos como puedan ser el tránsito que va de filmes afiliados a los cánones del suspense como The silence of the lambs a productos de acción pura al estilo Die Hard with a vengeance –capítulo aparte merecen las diversas secuelas del filme, probablemente la mejor de las cuales sea Sudden Impact, dirigida por el propio Eastwood en 1983-. El nihilismo lacónico de Callahan es motor necesario y suficiente para hacer avanzar una trama lineal que no se distrae con tangencialidades del tipo whodunit o sentimentalismos diversos. Y al desenlace, no parece haber luz al final del túnel, antes al contrario, el inspector desecha la placa del cuerpo de policía, repudiando lo que la corrección política nos obliga a ensalzar. Siegel, que no juzga ni promulga, es el ojo omnisciente. Y en el cine el ojo omnisciente -cada plano, cada encuadre- no es el que lo sabe todo, sino el que sabe seleccionar mejor cuáles son las dudas que nos corroen.
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