The Majestic
The Majestic
Director: Frank Darabont.
Guión: Michael Sloane.
Intérpretes: Jim Carrey, Martin Landau, Bob Balaban, Hal Holbrook, Laurie Holden, David Ogden Stiers.
Música: Mark Isham.
Fotografía: David Tattersall.
EEUU. 2002. 136 minutos.
Confieso que soy admirador de Frank Darabont desde que me emocioné con su trabajo en The Shawsank redemption. Aprecié la calidad –inferior a su precedente- de The green mile, y puedo congratularme de que esta su tercera película –donde por primera vez no alterna la escritura del guión con la dirección, sino que pone en imágenes uno original del desconocido Michael Sloane- es otro maravilloso exponente del mejor cine añejo. Sí, The Majestic –como sucedía hace poco con Seabiscuit- remite a ese modo de entender el cine en el que resuenan los ecos de Capra, como un macroespectáculo visual, pero no como el macroespectáculo (progresivamente más y más) espídico, que la generación, primero de la televisión, después del videojuego, y ahora de la infografía vienen justificando; antes bien, el lenguaje narrativo del cine, la precisa plasmación en imágenes de una historia y las emociones que de ella dimanan a través del filtro de la imagen, mucho más inmediato y eficaz –menos rico en matices, por otro lado- que la lectura de un libro. La puesta en escena de Darabont respeta y se alimenta con profusión de cánones clásicos, mostrando una especial inspiración en los motivos dramáticos, resueltos siempre con capacidad para sugestionar al espectador.
Cuento de hadas
En The Majestic, Sloane hilvana un robusto guión, de filiación –ya lo decía- descaradamente capriana –otro elemento que convierte el filme en una anacronía, por desgracia-, y la cámara de Darabont sigue la historia de un héroe involuntario, una traslación del Juan Nadie en las pieles de un guionista inopinadamente idealista, que ve frustrado su status económico y emocional con el advenimiento de la caza de brujas del senador McCarthy, y que merced de un acontecimiento fortuito –se golpea la cabeza y despierta en una comunidad rural cerrada en la que todos los ciudadanos le confunden con un finado héroe de guerra-, acaba convirtiéndose, otra vez inoportunamente, en un defensor de la integridad humana y las libertades que el mccarthyismo recortaba con toda impunidad. The Majestic, queda claro, es un cuento de hadas, y está tan perfectamente calculado que consigue arrancar emociones sinceras. Es más, a diferencia de Capra, que vivió en el contexto del New Deal rooseveltiano, y que, por decirlo de algún modo estereotipaba la maldad y la bondad, Darabont se atreve con un capítulo mucho menos amable de los valores de la democracia americana, cual es ese triste capítulo de la guerra fría que sufrieron artistas e intelectuales de muy diversa índole por su mera conexión a referencias comunistas. El filme se ríe con saña de los personajes que personifican esa posición –definida como paranoide-, pero es consciente que el happy end que busca –y que la película necesita- sólo puede fundarse en una especie de deus ex machina –la que su abogado le explica a Carrey en el coche tras su declaración-, con lo que al espectador no se le puede escapar que sin esa providencial intervención de la suerte, Carrey hubiera sido el mismo héroe, y quizás se hubiera quedado con la chica... Pero en otra parte.
Landau
Comentario aparte merece, una vez más, el brillante papel que encarna Martin Landau, especialista en convertir lo bueno en mejor cada vez que aparece en pantalla.
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