depredador
Predator
Director: John McTiernan.
Guión: Jim y John Thomas.
Intérpretes: Arnold Schwarzenegger, Carl Weathers, Shane Black, Elpidia Carrillo, Bill Duke, Kevin Peter Hall.
Música: Alan Silvestri.
Fotografía: Donald McAlpine
EEUU. 1987. 101 minutos.
Arnie en los ochenta
De entre los productos de acción que el bueno (o malo) de Arnie protagonizó en aquella su década dorada de los ochenta (ex-aqueo con Sly Stallone, of course), Predator me parece la obra más rescatable, incluso por encima de Terminator, que considero excesivamente aquejada de los tics y la estética de los ochenta, y que envejece bastante mal.
Alien en la selva
Nada de ello sucede en esta producción dirigida por el incombustible y siempre solvente John McTiernan, que juega a las apariencias (especialmente en el momento de su estreno, donde los fans del actual gobernador de California esperaban un enésimo Comando y se encontraron con algo muy distinto), y nos entrega una interesante fusión de géneros, a caballo entre la acción bélica, la CI-FI y el terror, que al parecer de este cronista no es otra cosa que un remake inconfeso, y en la selva, del clásico Alien de Ridley Scott. Al menos en lo que concierne a la temática. En ambos casos, un pasajero inesperado en el viaje, muy pero que muy hostil, y casi invencible, extraterrestre para más señas, interrumpe el orden planificado de los acontecimientos y da lugar a una sangría despiadada, una auténtica caza del hombre (en Predator, del superhombre –son una fracción de élite del ejército-, para darle aún más punch a la cosa). Y en ambos casos, claro, sólo los más fuertes, el/la más fuerte sobrevive/n.
McTiernan
El estilo del mayor de los Scott y el de McTiernan, empero, distan mucho de parecerse, y por ello la película que nos ocupa guarda evidentes distancias con su precedente: McTiernan se empeña en sacarle todo el partido físico a la selva, y lo consigue –transmitiendo de paso una sensación de claustrofobia, de encerrona-. Con el leve apoyo de la partitura de raigambre castrense de Alan Silvestri, y con el minucioso encuadre del indómito paraje que sirve de enorme trampa para el cazador que da título al filme, McTiernan extrae una sucesión de arrebatados e inspirados momentos de gran cine, algo a priori impensable en un producto de este talante.
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