Batman vuelve
Batman Returns.
Director: Tim Burton.
Guión: Sam Haam y Daniel Waters, basado en los personajes creados por Bob Kane.
Intérpretes: Michael Keaton, Michelle Pfeiffer, Christopher Walken, Danny De Vito, Michael Gough, Michael Murphy.
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Stefan Szapski.
EEUU. 1992. 123 minutos.
Suele pasar que los directores de películas que se convierten en sagas se acaben desentendiendo de éstas a partir del segundo o tercer capítulo; suele tener que ver con la estrechez de perspectivas que suele comportar la gestación de secuelas, por la propia idiosincrasia de lo que debe ser una secuela, es decir, el hecho de que sus patrocinadores y distribuidores optan por repetir la fórmula al detalle, no sea el caso que cualquier cambio aspaviente airadas reacciones del público enjaulado. Nada de esto sirve para Batman returns, donde da la sensación de que (felizmente) sucede todo lo contrario. Da la sensación de que Burton no estuvo tras las cámaras en el tercer Batman porque no interesó concebir otra película del riesgo, suntuosidad y escasa vocación comercial de ésta inclasificable secuela.
Obsesiones burtonianas
Batman returns es para lo bueno y para lo malo un filme sumamente irregular, en el que su realizador da rienda suelta a sus obsesiones temáticas y visuales, ya conocidas por sus primeros cortos, por Nightmare before Christmas, por Beetlejuice y por Edward Scissorhands, y después confirmadas por Sleepy Hollow y Big Fish. Burton dispone de manga ancha en la realización del filme, y eso se nota. Quien busque una aventura prototípica de superhéroe, aquí no la encontrará. Sí una escenografía gótica aún más acentuada que la del primer Batman, la verticalidad abigarrada de Gotham City, una partitura sinfónica de Danny Elfman que a menudo navega entre la locura y lo grotesco, y una descripción de los personajes que deja en segundo plano la intensidad de sus conflictos para centrarse en la monstruosidad de su sino. Batman returns parece, en efecto, una reflexión sobre la diferencia y los estigmas que ésta produce. Todos sus protagonistas son diferentes, o mejor, tienen una doble cara: desde el hombre murciélago, al personaje que incorpora Michelle Pfeiffer, el mecenas despótico Max Schreck (un h/nombre vampírico homenajea al expresionismo alemán), y el Pingüino que tan bien compone Danny De Vito. Burton diluye en su discurso los anatemas que por lógica deberían configurar la relación entre héroes y villanos, y todos ellos quedan retratados a menudo con una mirada entre la compasión y el patetismo, que pretende contagiar el sentido trágico de su existencia.
Confusión
A pesar de algunas grúas espectaculares, no es ese afán el que mueve la puesta en escena de Burton. Sí el detalle en el diseño de producción, y las escenografías burlescas de los secuaces del pingüino o del propio villain, orquestados siempre por fragmentos no menos bufos del músico Elfman. El problema de esa opción narrativa y discursiva, cuando se enmarca en una historia de vocación comercial como ésta, es la irregularidad de su metraje, la sensación cansina de estar acumulando secuencias que nunca terminan de enlazar, la demora en el planteamiento de los conflictos. Burton es Burton, eso quedó claro. El resto, confusión. Atractiva e inquietante, pero confusión al fin y al cabo.
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