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The Hustler.
Director: Robert Rossen.
Guión: Robert Rossen y Sidney Carol, basado en una novela de Walter Tevis.
Intérpretes: Paul Newman, Piper Laurie, George C.Scott, Jackie Gleason, Myron McCormick, Murray Hamilton.
Música: Kenyon Hopkins.
Fotografía: Eugene Schüfftan.
EEUU. 1961. 112 minutos.
Epopeya moral
Aunque desgraciadamente la carrera de Robert Rossen se vio lastrada por diversos acontecimientos políticos –sus constantes tira y afloja con las comisiones de la indecencia que cazaban comunistas y demás- y definitivamente truncada por su prematura muerte, nos quedan diversas obras que son muestra de la altura creativa y narrativa de este brillante realizador. Una de las más excelsas es sin duda The Hustler (1961), brillante epopeya de la moralidad cimentada por Rossen sobre elementos del cine negro –o, si lo consideran un subgénero en sí mismo, sobre las narraciones relacionadas con el billar-, que deja a las claras la impronta visionaria de su artífice (director y escritor de un guión que adapta una novela que, a la postre, sólo entrega a la narración fílmica el esquema argumental epidérmico). Se puede decir que Rossen comparte con tipos como Richard Brooks un puesto merecidamente sobresaliente en la construcción de guiones para el cine americano, y en películas como ésta se aprecia que esa pericia sin parangón no tiene sólo que ver con la capacidad para construir personajes de mayúsculo peso o de hilvanar grandes historias, sino que, más allá de tales considerandos, reviste una capacidad por trascender los códigos genéricos transformándolos al gusto de un discurso de enjundia cuasifilosófica –una capacidad de la que las imágenes parecen revelar una imposible desenvoltura, como si ya se hubiera hecho muchas veces, como si el patrón de Rossen fuera moneda de cambio de un estilo ya establecido que el realizador se limitara a seguir.
Vehículo genérico
Para la ocasión, si uno describe cualquiera de los inspiradores planos de The Hustler se encuentra con una clara apariencia de narración en la línera del noir –en la que Rossen se formó como cineasta-. Sin embargo, la atención a cada personaje, a los acontecimientos que se dan lugar, y especialmente el tratamiento visual y narrativo, arrojan un diagnóstico muy diferente: Rossen se sirve de ese vehículo genérico para despachar una serie de lúcidas reflexiones sobre las relaciones humanas, la debilidad y otras razones de estricta moralidad. Es por ello que la narración transita de principio a fin en codas de melancolía y desazón, que es moneda de cambio (con visos de irreversible) para la condición y devenir de los personajes. Tanto Eddie Nelson, como Sarah Packard, como Bert, son tres personajes que pudiendo construirse como arquetipos trascienden con mucho dicha condición, envueltos en ese halo narrativo que subvierte la narración convencional. Ni Eddie deja de ser un antihéroe, un auténtico perdedor, ni Bert tiene apariencia de ser el gángster despiadado que las circunstancias terminarán por revelar. El espectador descubre que la anómala relación entre los dos personajes al límite que son Eddie y Sarah sólo podría llegar a funcionar cuando las piezas logran encajar… y sólo encaja(ría)n pagando el peaje del suicidio de ella. Rossen alcanza y transmite esos y muchos otros reflejos de enorme calado psicológico, y lo hace mediante continuas contenciones, silencios, lacónicas observaciones de los personajes, tránsitos a ningún lugar en espacios siempre claustrofóbicos. Retratos humanos en definitiva plasmados por un demiurgo triste que llora con los seres de su creación.
Actores
No es de extrañar que un actor del método como Paul Newman extrajera tan magníficas cotas interpretativas de un personaje de la complejidad emocional y de condición tan abisal como este Eddie Felson. Y aunque uno no puede por menos que quitarse el sombrero ante tan superlativa composición, tampoco deja de apreciar que la actuación de Piper Laurie, George C.Scott e incluso Jackie Gleason no le van a la zaga.
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