la tierra de los muertos
Land of the Dead.
Director: George A. Romero.
Guión: George A. Romero.
Intérpretes: John Leguizamo, Simon Baker, Dennis Hopper, Asia Argento, Robert Joy, Eugene Clark.
Música: Reinhold Heil, Johnny Klimek.
Fotografía: Miroslaw Baszak.
EEUU.2005. 94 minutos.
Acción, terror y metáfora
Habían pasado diecinueve años desde la última incursión de George A. Romero en el (sub-)género que él mismo encumbró con la iniciática, malcarada y brillante Night of the living dead. Romero se ha prodigado bien poco en ese largo lapso de tiempo –desde Day of the Dead, 1985-, pero a la vista de los resultados del filme que nos ocupa debemos especular que el genial realizador de Martin no perdió el tiempo, sino que se recluyó en su microcosmos vital en Pittsburgh dando rienda suelta a las musas de la mala leche y la más acerada ironía. Porque estos son los elementos que prefiguran esta Land of the Dead, filme que cabalga entre el terror, la acción trepidante –que nos recuerda la impronta estilística del John Carpenter de Vampires-, y un hálito (no tan) subcutáneo que abunda en la gran metáfora sobre las formas de organización (y depredación) social, política y económica que en definitiva siempre ha alentado las historias de zombies (especialmente las concebidas por Romero).
Lucha de clases
El working title de la película fue Dead Reckoning (cuya traducción libre sería “El azote de los muertos”). Esa denominación remite a la del vehículo blindado que aparece en varios momentos del metraje, pero también tenía mucho de declaración de intenciones alegóricas. Romero propone una sociedad con tres estratos diferenciados y excluyentes: en un primer estadio, una minoría acaudalada y elitista, que reside en un microcosmos, un gran rascacielos denominado Fiddler’s green, y regido por una corporación económica cuya cabeza más visible es el villano Kaufman (incorporado por un socarrón Dennis Hopper que, según él mismo manifestó, se inspiró en Donald Rumsfeld para dar vida a su personaje); el segundo estadio de esta sociedad post-apocalítica (y neo-medieval) está formado por la plebe, el grueso de la población, que sobrevive como buenamente puede, en condiciones ínfimas de salubridad e higiene, en las sucias calles de la gran ciudad, donde, por lo demás, Kaufman ha invertido grandes cantidades de dinero para asegurar que el juego y el vicio se apoderen de/aduerman la conciencia de la población (como estadio físico intermedio entre Fiddler’s green y el exterior, la plebe está protegida de los zombies por el ejército, y al mismo precio tienen prohibido el acceso a la zona vip; ese ejército policial –cuyo despacho visual nos recuerda al de una dictadura- ejerce las funciones que en las definiciones primarias del liberalismo económico se daba al Estado: funciones limitadas exclusivamente al mantenimiento del orden público); el tercer estadio de la población está muerta, pero menos: son los zombies, que habitan el espacio exterior: Romero muestra su querencia por esas criaturas que tanto le han dejado contar, y los dota en esta ocasión de una suerte de instinto animal que les permite organizarse mínimamente –incluso tienen un capitán carismático, Big Daddy- y actuar, en definitiva, como una masa uniforme que reclama sus derechos (que en la coda lógica de la narración no son otros que la carne fresca, claro está, pero que Romero rellena con apuntes de una lírica extraña y genial –la mirada de Big Daddy al edificio de Fiddler’s green o a su reflejo en el agua, donde queda claro que el zombie reconoce instintivamente a su enemigo). Entre los tres estadios geográficos-sociales-humanos, en tareas de provisión de los ricos y sostenimiento del sistema, se sitúan los héroes que canalizan la trama del filme: Riley (Simon Baker) y sus dos escuderos (Robert Joy y Asia Argento), que personifican la bondad y la dignidad en estos tiempos de cólera, y Cholo (el energético John Leguizamo), cuya falta de escrúpulos dejará de ser útil para Kaufman cuando el primero reclame su recompensa y se convierta en un anatema (un terrorista, dice Kaufman) para el sistema.
Visión ácida, nihilista y rockera
Por poco avispado que sea el espectador, con semejante bagaje de personajes y ambientes es evidente que la trama argumental, lo que de terrorífico o aventurero tiene Land of the dead, no es más que una plataforma –magníficamente ejecutada, eso sí- para un incisivo, mordaz, punzante retrato hiperbólico de una sociedad cimentada en una economía caníbal –casi literalmente- que favorece a unos pocos que, progresivamente, se van quedando más solos, todo ello al precio (y desprecio) del resto de vidas humanas. Romero no sólo dibuja con precisión y gusto por el detalle ese tablero político-sociológico –aderezando sus secuencias descriptivas de muchos planos de detalle que aparecen en imágenes uno o dos segundos, y siempre con un sentido expositivo que va sumando congruencia en el completo discurso de la película-, sino que se sirve de los diálogos –especialmente los recubiertos de cinismo de Kaufman, o las conversaciones entre Riley y Charlie, en los que el primero siempre le recuerda al segundo que no está tan clara la línea entre los que están vivos y los que están muertos, sean o no zombies- para rematar esa visión ácida, nihilista y rockera, de las formas de depravación humana.
Generaciones de FX
En el apartado de la ingenieria visual, Romero no traiciona a sus parroquianos, y nos sirve muchas y generosas dosis de violencia gore para subrayar el horror pero también lo grotesco. Aunque en esta ocasión recurre por primera vez en su carrera a la infografía, ello no empece que la base de sus plásticos efectos se halle en la ingenieria manual de Greg Nicotero, ese viejo zorro de los puppets articulados y la hemoglobina que los aficionados al género conocen tan bien. Teniendo en cuenta la nimiedad del presupuesto del filme, debe reconocerse que los efectos especiales (técnicos, digitales y maquillaje) funcionan a la perfección.
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