babel
Babel.
Director: Alejandro González Iñárritu.
Guión: Guillermo Arriaga.
Intérpretes: Brad Pitt, Gael García Bernal, Adriana Barrazza, Cate Blanchett, Mohammed Akhzam, Koji Yakusho, Rinko Kikuchi.
Música: Gustavo Santaolalla.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
EEUU. 2006. 140 minutos.
Parece ser que con esta Babel se rompe -¿definitivamente?- la fructífera relación entre el guionista Guillermo Arriaga y el realizador Alejandro González Iñárritu. Y digo fructífera porque yo no soy de los que ven exceso de artificio emocional en la trilogía de películas que el tándem nos ha dejado. Y es trilogía en el cómputo numérico tanto como en el corpus narrativo de las obras. Tanto Amores Perros como 21 gramos como Babel obedecen a unos esquemas narrativos parejos (herederos ya lejanos de Short cuts, película podríamos decir que canónica en lo concerniente al retrato coral), a una puesta en escena donde prima la cuidadosa descripción de lo subjetivo, y sobretodo a unas intenciones dramático-líricas que encuentran el mejor parangón –sino el único- en su reciprocidad.
Incomnicación
En Babel se puede decir que los espacios narrativos se abren al riesgo –también en el apartado industrial o de producción: se trata de una obra de farrragosa realización, de complicado rodaje-, por cuanto Arriaga/Iñárritu utilizan tres escenarios bien dispares –la frontera entre México y los Estados Unidos, Marruecos y Japón- y hasta cuatro tipos de personajes confrentados, correspondientes a los nacionales de los cuatro países citados. La excusa y nexo argumentales, más bien trágicos de principio a fin, sirven al realizador para enhebrar una dolorosa elegía, un retrato de la incomunicación aplicada a todos los espacios, desde el más encendido e íntimo, al más frío y burocrático.
Fuerza
La dificultad que entraña la realización de una obra de este calado se supera con talento por parte de Iñárritu, quien sabe dotar de una ambientación diversa a cada pasaje escénico por su correspondencia con su/s pasaje/s emocional/es, quien sabe exprimir a fondo las posibilidades del montaje y de la soberbia partitura que Gustavo Santaolalla ha compuesto para la ocasión, para extraer, en un estadio diría que más perfeccionado que en sus obras precedentes, una sucesión de set-pièces desgajadas –de escenificación a menudo febril, basada en aturdidos primeros planos e innumerables cortes- que hallan una perfecta yuxtaposición. A pesar de que el desarrollo argumental en algunas ocasiones flaquea un tanto – Babel contiene el libreto más complejo de Arriaga, y en alguna ocasión el ensamblamaje se le escapa de las manos-, la fuerza que Iñárritu extrae de las situaciones planteadas (y el buenhacer de los actores, también hay que decirlo) son por momentos antológicas, bien capaces de permanecer en la retina durante largo tiempo (pienso en la secuencia, tan terrible como patética, de la micción; en los planos que describen la literal travesía en el desierto de la cuidadora; o la escena de la desesperada insinuación sexual de la adolescente al inspector de policía).
¿Hostilidad?
Las historias que se ponen en la dramática picota argumental de Babel se fundamentan en los conflictos y sufrimientos individuales, y no da la sensación que pretendan servir a un discurso global (o quizá debiera decir globalizado). Pero en la sustancia narrativa del filme se halla un subtexto que, de un modo sutil, refleja en ocasiones las incoherencias de unos sistemas políticos, legislativos y burocráticos (o incluso logísticos en el caso del pasaje japonés) que se supone están puestos al servicio de las personas pero en cambio suelen convertirlas en víctimas de su propia abstracción y frialdad, cuando no directamente ningunearlas en pos de intereses superiores –pienso en la turista que encarna Cate Blanchett desangrándose en un pueblo perdido mientras el helicóptero que tiene que recogerla no llega, cuando al mismo tiempo los noticiarios de medio mundo hablan con el tristemente habitual sentido tétrico de la “hostilidad”, del “ataque armado a una turista americana”.
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