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gremlins

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Gremlins

Director: Joe Dante.

Guión: Chris Columbus.

Intérpretes: Hoyt Axton, Zach Galligan, Phoebe Cates, Keye Luke, Corey Feldman.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: John Hora.

EEUU. 1984. 106 minutos.

 


 

 

 

Navidades verdes

 

Hay en esta Gremlins, en el guión de Chris Columbus y en la impronta visual que tan claramente deja sentir el realizador Joe Dante, un cúmulo de referencias cinematográficas que no escapan a nadie, algunas, elementales, al productor ejecutivo del filme, Steven Spielberg (un muñequito de ET que aparece en pantalla, un Gremlins diciendo “teléfono mi casa” antes de cortar el alámbrico), otras a la plasmación de la Navidad desde resortes entre dickensianos y caprianos (no sólo el personaje de la avara, o el fragmento de It’s a wonderful life que la madre de Billy mira en el televisor, sino la propia idiosincrasia del pueblo, trasunto moderno del Bedford Falls de la obra maestra de Capra –y de nombre similar-, aprovechado en el tono más bien de fábula que a la postre tiene la narración), y otras, estrictamente cinéfilas, al glorioso cine fantástico de serie B del que Dante, como su colega John Landis, es rendido devoto. En este último particular anoto el robot casi idéntico al de Forbidden Planet que polula en el mismo plano que el padre de Billy en los dos instantes en el que se le ve en aquel simposio de inventores efectuando conferencias telefónicas, y sobretodo el visionado por parte de Billy (y el propio Gizmo) de la celebérrima Invasion of the body snatchers, y las dos secuencias capturadas por la cámara, parangonadas con los acontecimientos que están a punto de suceder fuera del televisor. Estos últimos guiños, creo, se hallan más allá del homenaje, y más bien se erigen como referente tonal y hasta argumental del filme, ello relacionado con la etimología del propio nombre de los bichos verdes y del filme, gremlins, que denomina una (de tantas) incendiaria teoría anticomunista (y farisea) en boga en los años cincuenta sobre “esos aparatos extranjeros” que se ponían en circulación entre los objetos articulados de uso común, como coches y electrodomésticos, con el fin último de inutilizarlos y dejarlos en manos de los invasores (una variación de esa teoría, la del agua contaminada, se explica en Dr. Strangelove, de boca del militar chiflado que encarna Sterling Hayden). Sí, Gremlins pone en solfa su fábula de apariencia familiar y fondo gamberro sobre la pátina alegórica que versa sobre la paranoia colectiva, la misma que en los cincuenta fue caldo de cultivo de tantas películas de cine fantástico sobre cataclismos y sutiles asaltantes al remanso del american way of life, y que aquí se textualiza mediante estas “navidades verdes”, la horda de diminutos monstruos que durante una noche navideña causan estragos por doquier.

 

Humor negro

 

He utilizado el epíteto “gamberro” porque, a pesar de ser vendida en su día como película-para-toda-la-familia (y ser estrenada en fechas navideñas), Gremlins contiene muchas imágenes reveladoras de un gusto por lo macabro y lo cínico, que dicen mucho de la mala baba del guionista y realizador del filme, en secuencias como aquélla en la que la madre de Billy, una ama de casa convencional, se convierte en heroína a la caza y destrucción de los primeros invasores, y ya en el segmento nuclear del filme, en la plasmación, en clave de humor negro, de las tropelías de los gremlins en las pacíficas casas de los vecinos, en un bar que es la quintaesencia del vicio, y finalmente en un cine en el que parece ser que las imágenes de los siete enanitos consiguen domeñar, ni que sea por un momento, los sediciosos ánimos de aquella turba de sabandijas verdes.

 

Artesanía de género

 

Amén de ese talante, insisto, gamberro, que descifra las claves del filme, decir que Dante basa buena parte de su fuerza narrativa en la naturaleza propia (y rápidamente reconocible) de diversos leit-motivs musicales compuestos por Jerry Goldsmith -estrategia narrativa muy semejante a la del Spielberg de los años ochenta-; en el apartado escénico, el director de Explorers se erige en un buen artesano (como lo fueron los realizadores del cine de serie B clásico americano), domina el ritmo de la función, logra entretener o asustar a su elección, y demuestra en no pocas secuencias su dominio de las tácticas recurrentes –y no por ello menos efectivas- del cine de género (pienso por ejemplo en las secuencias que transcurren en el laboratorio: aquélla en la que el científico muestra a sus alumnos un video sobre anatomía animal mientras la pupación de su gremlin alcanza el punto culminante, y las posteriores secuencias planificadas con precisos mecanismos de tensión para mostrar el juego del gato y el ratón entre el bichillo huido y el científico, que termina mediante el descubrimiento del auténtico peligro en que se erigen los animalitos: ha sido el gremlin quien ha ganado la partida, y de paso se ha vengado de el científico… clavándole una inyección en el culo).

 

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