réquiem por un sueño
Requiem for a Dream
Director: Darren Aronofsky.
Guión: Darren Aronofsky y Hurbert Selby jr, basado en una novela del segundo.
Intérpretes: Ellen Burtsyn, Jared Leto, Marlon Wayans, Jeniffer Connelly, Christopher McDonald.
Música: Clint Mansell.
Fotografía: Matthew Libatique.
EEUU. 2000. 103 minutos.
Golpes al sueño americano
No pretendo bromear a costa del anterior filme de Aronofsky cuando digo que esta Requiem for a dream obedece a una formulación narrativa y visual que mucho tiene de cartesiana. A grandes trazos puede decirse que el filme establece un paralelismo doble (o más bien triple, o incluso cuatriple) entre historias de degradación derivada de la adicción a diversas drogas, adicciones de funestos resultados que atañen a una madre y a su hijo afincados en el barrio de Brighton Beach -en el Brooklyn neoyorquino-, y también de la novia del hijo, y de un amigo de éste. En cierto modo podría hablarse de historias cruzadas, pero imposibles de parangonar con los cuentos de Carver (o sus adaptaciones de Altman) o siquiera con las historias de Iñárritu-Arriaga. Aquí se trata de una narración perfectamente lineal, donde se entrecruzan las vidas de esos hasta cuatro personajes cuyo recorrido guarda severas concomitancias que en el fondo no hacen otra cosa que abundar en una coda discursiva de fondo (perfectamente ligada por Aronofsky, que al igual que se niega a juzgar a sus personajes también rehuye hacer evidentes postulados que trasciendan al terreno de lo evidente, de la denuncia política social), que no es otra que la traición inherente al sueño americano, su falsedad, sus perniciosas consecuencias.
Tragedia
El argumento coescrito por el propio Aronofsky ya no da concesión o matiz alguno a los términos de tragedia que enhebran la historia: la derrota, el dolor, la pérdida y la locura; el despliegue desde los cuatro focos subjetivos se produce en diversas intensidades, correspondientes a diversas idiosincrasias: de la densa y explícita narración en lo que atañe a Sara (Ellen Burstyn) a las pocas y pequeñas secuencias que bastan para perfilar, con sutileza, el sino de Tyronne (Marlon Wayans), pasando por la historia de amor de Harry y Marion, en tránsito de lo etéreo a la más estrepitosa pérdida, historia que pronto empezará a desdoblarse hasta alcanzar en su destino una neta ruptura (de hecho, la última secuencia que los une, una conversación telefónica, es un tétrico juego romántico en el que ambos se mienten impunemente, como tratando de detener el tiempo ni que sea por ese instante, antes del advenimiento de la definitiva tormenta).
Engarce visual de lujo
Este alambicado argumental, para nada exento de complejidad, se sirve con prodigiosa habilidad por el director, con una narración basada en concatenaciones de rápidas secuencias, a veces fragmentadas, en ocasiones compartidas mediante un inteligentísimo recurso a la split-screen, y que van engarzando las historias, tanto individualmente como al nivel de su comparación. Aronofsky recurre a planos muy cortos, a menudo con lentes distorsionantes para primerísimos planos, recurre al sonido y al montaje como gráficas técnicas descriptivas, pero nunca cae en el efectismo, primero porque demuestra una endiablada pericia en el manejo de tales recursos técnicos, y segunda porque el ritmo y el tono del filme se mantienen constantes en su crescendo trágico, y las imágenes –muchas de ellas de enorme plasticidad y capacidad representativa- no se diseminan sino que se sirven con férrea coherencia.
Fórmula Aronofsky
Película poco recomendable para espectadores sufridos, y a la vez recomendable para cualquier amante del cine (supongo que vengo a decir que el buen espectador conoce la diferencia a menudo existente entre lo apetecible o incluso soportable y lo digno de alabanza artística), Requiem for a dream puede verse como la definitiva consagración de un imprescindible valor en el panorama cinematográfico americano, un tipo, Aronofsky, capaz de transportarnos con imágenes del nuevo milenio al mismo paisaje desolado que ya conocíamos pero que a menudo tratamos de olvidar.
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