la casa de las dagas voladoras
Shi mian mai fu
Director: Zhang Yimou.
Guión: Zhang Yimou, Li Fen, Wang Bing.
Intérpretes: Takeshi Kaneziro, Andy Lau, Zhang Ziyi, Dandan Song, Jun Guo, Shu Sang.
Música: Shigeru Umebayashi.
Fotografía: Xiadoing Zao.
China. 2004. 111 minutos.
Epopeya II
Tras el exitazo en el mercado americano de aquella irregular pero estimulante Hero, llegó la segunda (consecutiva) incursión de Zhang Yimou en el cine de artes marciales clásicas (en el sentido histórico-mitológico del concepto), que presenta diferencias sensibles con su predecesora pero merece epítetos similares a los que éste cronista ya le despachó a aquélla (y tampoco demasiado alejados, al menos en el torrente estético, a los adjudicados a su siguiente película-epopeya, aquí conocida como La Maldición de la Flor Dorada).
Romanticismo y preciosismo
La historia de esta La casa de las dagas voladoras tiene mucho de épica, pero más de romanticismo exacerbado y trágico. La narración es mucho más lineal y comprimida que la de Hero, si bien su estructuración a partir de los equívocos y cierto manierismo acusan cierta vacuidad. Lo mejor de la película reside en el preciosismo formal que Yimou imprime a la historia, los habituales juegos con la luz y las escalas cromáticas, que en la presente ocasión (como en Hero) se sirven en sinergia con los movimientos acrobáticos, coreográficos de los personajes, extrayendo momentos de una innegable belleza plástica (destacaría el prólogo en la casa de peonías y el primer ataque de los guerreros de Feng Tian a la pareja evadida, que acaece en un claro de bosque saturado de pequeñas flores).
¿Cuestión de décalage?
Los problemas de este cronista con el filme –los mismos, pero más acusados que en Hero- radican en la dificultad de alcanzar los niveles de intensidad dramática pretendidos a partir de la mera (y genuina, y exquisita, y lo que quieran) destreza formal. Yimou se demora en demasía en sus propios ornamentos, y se queda, para mí, a unos cuantos pasos de rubricar una gran película. En descargo de Yimou y de mí mismo, no es menos cierto que existe un evidente décalage cultural que agrava la posibilidad de los espectadores occidentales de apreciar las texturas emocionales y los rasgos atávicos más íntimos que uno puede tratar de intuir pero jamás comprender a través de (y nada más que) el visionado de filmes procedentes de aquella cinematografía.
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