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el Séptimo Sello

el Séptimo Sello

Det Sjunde Inseglet.

Director: Ingmar Bergman.

Guión: Ingmar Bergman.

Intérpretes: Gunnar Björnstrand, Bengt Ekerot, Max Von Sydow, Nils Poppe, Bibi Andersson, Ingmar Bergman.

Música: Erik Nordgren.

Fotografía: Gunnar Fisher.

Suecia. 1957. 108 minutos.


 

 

 

    Apocalypse now

 

Reconocido como uno de los clásicos indispensables de la filmografía de su autor tanto como de la historia del cine, El séptimo sello escarba en la tragedia de la condición humana en su vertiente más universal: propone un viaje que se sitúa en las antípodas de lo iniciático: situado en los crepitantes tiempos del medioevo, sigue las andanzas de un caballero y su escudero hacia un final cierto, la muerte, que para el caballero se personifica textualmente, advirtiéndole de sus inamovibles intenciones de llevárselo con él. De hecho, el propio título hace referencia a la apertura de los siete sellos del libro al que se hace mención en el Apocalipsis de San Juan, donde se narra que al abrir dicho sello comienzan los siete ángeles a tocar sus trompetas y producirse desgracias sobre la Tierra.

 

 

   Claroscuro

 

En el plano discursivo, resulta interesante y a menudo hasta inquietante el modo en que Bergman contrapone las dudas y resquemores de la visión religiosa (encarnada por el caballero) con la mirada desencantada y excéptica, profana, de su escudero. En esa dicotomía entre los valores que atesoramos ante el juicio final avanza la palidecida, terrible y a la par hermosa coyuntura. Sin embargo, los méritos del filme no se limitan a su pretensión filosófica, sino que se cuentan por doquier en el apartado visual: por un lado, le parece a este cronista una de las obras que más inspiradamente refleja los tiempos y las gentes medievales, así como la preeminencia moral del instituto católico (y el lóbrego modo que tenía de imponerse), y por otra parte abono la frase con la que José María Latorre definió su apreciación del filme: Latorre decía que la obra era el típico caso en el que “el bosque no nos deja ver los árboles”, acertado comentario que ratifica los méritos de la puesta en escena de un filme en el que no sólo el discurso, sino el sustrato telúrico y los claroscuros escénicos, transmiten la melancolía y el desasosiego que el icono de la partida de ajedrez resume y que tan bien permanece asentada en el imaginario cinematográfico colectivo. En ese sentido, mencionar la apabullante tarea lumínica del operador Gunnar Fisher, quien igual arranca la belleza que el terror en sus inopinables claroscuros, y anotar ad exemplum el portentoso arranque visual del filme, esos planos del cielo, el mar y las rocas que se puntean con los acordes del Dies Irae mientras se escucha en off la cita de unas líneas del Apocalipsis...

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