brockeback mountain
Brokeback Mountain.
Director: Ang Lee.
Guión: Larry McMurtry y Diana Ossana, basado en una narración de Annie Proulx.
Intérpretes: Heath Ledger, Jake Gyllenthaal, Michelle Williams, Anne Hathaway, Randy Quaid.
Música: Gustavo Santaolalla.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
EEUU. 2005. 111 minutos.
Desarraigo
Acaso sin necesidad de haber leído Brokeback Mountain, la historia corta de Annie Proulx, basta con conocer aquella hermosa y terrible película dirigida por Peter Bogdanovich titulada The Last Picture Show para apreciar la importancia decisiva de la intervención de Larry McMurtry en la confección del libreto de esta flamante última película de Ang Lee. Aunque la operación es parcialmente inversa (en el filme que nos ocupa, McMurtry adapta una historia corta ajena, en el caso del emblemático filme de Peter Bogdanovich era una historia propia que él adaptaba), existe un idéntico aliento de desarraigo, sentimiento de pérdida y constante melancolía que recubre ambas narraciones y que, en ambos casos, merced de diversas pero certeras traslaciones a imágenes por parte de los respectivos directores, encauzan una serena pero muy intensa cadencia de emoción.
Western y melo
Es ésta Brokeback mountain una película de no pocas ambiciones. Por un lado, se erige como un sobrio retrato de unas gentes y su tiempo, del ostracismo como condena a un modo de ser y vivir que perece bajo el peso del cambio de los tiempos. Por otro lado, su trama, bajo un envoltorio de aparente sencillez expositiva, esconde no pocas reflexiones sobre los sentimientos humanos, el miedo y el dolor, la angustia y la pérdida. El máximo haber de Ang Lee en la gestación de esta película se encuentra, allende su magnífica dirección de actores, en el absoluto dominio de una narración que entrecruza el hálito del western crepuscular, casi maldito, con la senda del melodrama que entronca los acontecimientos. Y lo hace con la misma asombrosa facilidad con que entronca las imágenes del primer y decisivo tercio de película mediante la aparentemente fácil pero virtuosa soldadura entre panorámicas y primeros planos de los rostros de Gyllenhaal y Ledger.
Homosexualidad
Siendo esta Brokeback mountain una película que en su estreno hizo correr muchos ríos de tinta, sorprende a quien esto firma la estrechez de miras con la que se la despachó en muchos foros. Para empezar, el filme de Lee tiene mucho más de elegíaco que de cualquier otra cosa. No cuento entre sus propósitos narrativos el de reivindicar para el cine algo que el cine ya ha reivindicado muchas veces desde hace mucho tiempo, como es el tratamiento normalizado de la homosexualidad – ese comentario que tan a menudo revolotea sobre la película, y que tiene tanto de glamouroso como de falaz-. En ese sentido, conviene hacer tres precisiones: primera, Lee se cuida de describir dicha relación con toda sobriedad, rehuyendo las distorsiones de comprensión que al espectador pudiera acarrearle el abuso de lo explícito; segunda, en un plano narrativo las secuencias íntimas entre los dos cowboys están impregnadas, principalmente, de dolor –anoto entre las secuencias más emocionantes de la película aquélla en la cabaña en la que la liberación de los instintos, un simple beso, lleva a Ennis a pedirle perdón a Jack-; tercera, y en un plano discursivo, por paradójico que pueda parecer la relación homosexual que viven (y padecen) Ennis del Mar y Jack Twist también puede leerse –contrariamente a lo que muchos aprecian- como una sentida parábola sobre la progresiva desaparición del modo de entender el mundo de sus protagonistas: Ennis y Jack comparten la visión de un ideal que se manifiesta explícitamente en su relación amorosa pero que tiene una eminente lectura nostálgica, de sueño perdido, que se encauza perfectamente en la decadencia a la que se ve abocado el way of life de los dos cowboys y que, por mucho que tratan de sostener/resucitar, sus esfuerzos resultan en vano constante el desarrollo de los acontecimientos tras el verano de 1963. Un halo trágico se va fraguando en la soledad que viven los dos protagonistas, en la elíptica pero tan minuciosa descripción de sus vidas aparte y las relaciones que espolean la capacidad de supervivencia de cada uno de ellos.
Siempre despedidas
De hecho, este halo trágico llega a alcanzar una tesis bellísima en imágenes, precisamente al final del último encuentro entre Jack y Ennis: por la vía del flashback se rememora la primera separación entre ambos, lo que en su contexto define meridianamente claro que lo constante de esa despedida, de esa pérdida, de ese inalcanzable, define toda la relación, la única que en su vida mereció la pena. Tras la tesis, la película se rompe en un desenlace tan lacónico como el protagonista del filme, que vuelve a recordar poderosamente la película de Bogdanovich, un desenlace a la par hermoso y desalentador, representado en una anagnórisis (esas dos camisas unidas, a modo de testamento) que viste poderosamente la idea del recuerdo como única opción de vida, atizado por la renuncia de Ennis a todo lo que dejó de ser por razón de su miedo y del mundo que no estaba hecho a la medida de sus sentimientos... la esencia del melodrama.
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