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el chico

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The Kid.

Director: Charles Chaplin.

Guión: Charles Chaplin.

Intérpretes: Charles Chaplin, Edna Purviance, Jackie Coogan, Baby Hathaway, Carl Miller.

Música: Charles Chaplin.

Fotografía: Roland Totheroh.

EEUU. 1921. 54 minutos.

 


 

 

 

  El proceso creativo

 

Aunque The Kid (1921) es el primer largometraje de Charles Chaplin, interesa  comentar que su realización partía de un formato corto, en la línea de los que previamente realizara para la Mutual y le labraran tanta celebridad. Resultó que el autor (le llamo así para evitar llamarle director, actor, productor, montador y responsable de la banda sonora) halló motivos de interés (muchos de ellos relacionados con el magnífico partido en que se convirtió la interpretación del pequeño Jackie Coogan –y que le dio una inmensa notoriedad en la farándula, inventándose así el concepto niño-prodigio para el cine) para ir alargando el metraje de la obra, metraje que acabó extendiéndose, tras un rodaje de un año, a la duración de 54 minutos.

 

 

   Elementos autobiográficos

 

En The Kid Chaplin prosigue la coda formularia (tan y tan genial) del personaje de Charlot, si bien, como nos advierte el primer rótulo (“un filme que arrancará una sonrisa, y quizá una lágrima”), se cimienta la base de la que será otra de las constantes de la filmografía de Chaplin (presente de uno u otro modo en sus obras posteriores, hasta su culminación en “Limelights”), cual es la presencia de un elemento melodramático de fondo que ajusta el tono de la narración, que la trasciende hacía otros parámetros de acusada sensibilidad a la retina del espectador. Y el motivo de esa introducción de nuevos elementos narrativos -cuya importancia quedará patente en el devenir de la maravillosa carrera del cineasta- no es otro que la plasmación de una intimidad desnuda, de los elementos autobiográficos que atañeron al Chaplin niño en su Londres natal, su condición de huérfano, su pobreza y la necesidad de escapar que en el realizador cristalizó en la farándula de ese nuevo lenguaje artístico y en el filme se parangona con esa anagnórisis (el reconocimiento de la paternidad por parte de la madre (Edna Purviance) –que curiosamente se ha convertido en una gran artista- al reencontrar la carta que dejó junto al niño que en su desesperación abandonó cuando era recién nacido) que articula un final bigger than life.

 

 

   El lenguaje de un pionero

 

Chaplin no escatima esfuerzos para articular sus brillantes gadgets visuales (en ocasiones, muy aparatosos, como la persecución de los agentes que se llevan al niño, y en otros, íntimos y entrañables, como ese plano fijo del interior de la morada donde Charlot reside con su hijo adoptado), y consigue del pequeño Coogan esas dosis de ternura exacerbada que ya forman parte de la iconografía del Cine. En los últimos compases de la película, incluso asistiremos a un pasaje onírico, en el que se abunda en la dicotomía entre el Bien y el Mal de un modo textual –ángeles y demonios- y donde, en el apartado de la gramática cinematográfica, Chaplin demuestra por enésima vez su decisiva trascendencia en el devenir del Séptimo Arte, su cualidad de auténtico mago y pionero.

 

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