los cuatro jinetes del Apocalipsis
the four horsemen of the apocalypse
Director: Vincente Minelli.
Guión: Robert Ardrey y John Gray, basado en la novela de Vicente Blasco Ibáñez.
Intérpretes: Glenn Ford, Ingrid Thulin, Charles Boyer, Lee J. Cobb, Paul Henreid, Paul Lukas, Ivette Mimieux.
Música: André Previn.
Fotografía: Milton R. Krassner
EEUU. 1962. 137 minutos.
La versión de Minelli
Aunque la memoria cinéfila retenga como más célebre la versión de 1921 protagonizada por Rodolfo Valentino sobre la (no menos célebre) epopeya escrita por Vicente Blasco Ibáñez, el interés de esta revisión (y actualización cronológica a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial) realizada muchos años más tarde por Vincente Minelli está fuera de toda duda. En diversas reseñas se cuenta esta The Four Horsemen of the Apocalypse como una de las obras menores del realizador de Brigadoon, pero hay que tener en cuenta (y lo subrayo) que la calificación de menor de una obra en el seno de una filmografía trufada de obras maestras es, para empezar, muy matizable.
El hado más aciago
El filme nos sitúa a las puertas del citado conflicto armado, en 1938, y comienza en un villorrio argentino, en el que un acaudalado prócer local reúne a los miembros de su familia: una de sus hijas se casó con un francés, la otra con un alemán, y aunque la residencia de esa segunda generación se fijó en Argentina, la mayoría de miembros de la tercera generación cursaron sus estudios en Europa, en Francia o en Alemania. La familia en su coyuntura histórica, pues, simboliza claramente el conflicto en ciernes que asolará al mundo, la Guerra, y en esa personificación la secuencia de la cena lleva al límite los malos augurios: el abuelo se enfrenta con el nieto que acaba de llegar de Alemania y que está fascinado con el nazismo; el anciano enloquece al presagiar que la barbarie, “la Bestia”, se posa sobre el destino de la familia, y pierde la cordura y hasta la vida, pues sufre un ataque tras ser vencido por un delirio que le muestra la llegada de los cuatro jinetes que le dan título bíblico al filme, los que traen el hado más aciago. Minelli arrastra al espectador con una caligrafía intensísima del instante, imbuyendo las imágenes de un hálito de romanticismo exacerbado –plasmado en la tormenta, pero también en los planos esquinados sobre los personajes, en la perfecta coreografía de los actores en el encuadre-, y logrando dotar de una fuerza inusitada una imagen que en otras manos podría haber rondado el patetismo.
Dramaturgia expresionista
Y esa precisamente es la coda de la película, que tras el funesto prólogo nos traslada a Europa, al París de 1939, y que se abre al perfil de un drama romántico de contexto bélico, y que, tal como se nos enunció previamente, irá desgranando los avatares de todos los miembros de la familia durante la ocupación nazi, tomando como eje narrativo la historia de Julio (Glenn Ford) y su progresiva toma de conciencia política. Aunque el gran tema de la película es la descripción más doliente del enfrentamiento fatricida, Minelli conjuga los mimbres del relato para espesar el tenor de la narración con la historia de amor-en-tiempos-de-guerra que se establece entre Julio y Marguerite (incorporada por la actriz bergmaniana Ingrid Thulin), subtrama de osado planteamiento y desarrollo tanto en el apartado argumental como en la plasmación en imágenes. El sabio uso del technicolor del que el realizador hace gala enfatiza la dramaturgia expresionista con que se plasman los sentimientos que el filme desgrana. Y por extensión de esa concepción apasionada del relato, la película destaca por diversas secuencias dialogadas cuyo brío (y en ocasiones, violencia psicológica) no proviene tanto del texto (a menudo demasiado gráfico) que consta en el libreto como del modo en que Minelli planifica y monta la secuencia –véase aquélla en la que un oficial nazi pretende cortejar a Marguerite en presencia de Julio, o el terrible instante en el que ella recibe a su marido diciéndole que está enamorada de otro hombre, y al marcharse, se cruza en el mismo plano con Julio-. Forma y contenido alcanzarán la simbiosis en el cenit de la narración, y en la virulenta resolución de la relación amor-odio entre hermanos.
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